Sabe más el zorro por marioneta
Animación, EEUU, 87 min. Dirección: Wes Anderson. Guión: W. Anderson y Noah Baumbach. Animación: Mark Gustafson. Música: Alexandre Desplat. Con las voces originales de: George Clooney, Meryl Streep, Jason Schwartzman, Bill Murray. Alkázar.
A nadie puede sorprender que Wes Anderson, autor de culto de la más excéntrica e iconoclasta comedia norteamericana de la última década, se haya pasado, aunque sea momentáneamente, a la animación tradicional. En cierta forma, las claves estéticas de la animación, ese regusto naïf, artificioso, episódico y digresivo para hablar de los traumas familiares, los complejos edípicos, las envidias fraternales, la añoranza del hogar y otros accidentes de la vida adulta, ya estaban presentes en la desbordante, engañosamente colorida y agridulce mirada melancólica desplegada, también a la manera de viñetas de cómic, en Academia Rushmore, LosTenenbaums, The Life Aquatic o Viaje a Darjeeling.
Tampoco sorprende que Anderson y su colega Noah Baumbach (Una historia de Brooklyn, Margot y la boda) adapten aquí, llevándolo a su terreno, siempre elocuente y reflexivo, desencantado y esperanzador a un mismo tiempo, a Roald Dahl (Matilda, James y el melocotón gigante, Charlie y la fábrica de chocolate), cuyos cuentos no se caracterizan precisamente por un tratamiento complaciente del universo de la infancia, y sí por un buceo en los entresijos de sus claves narrativas e iconográficas como pretextos para hablar de cosas mucho más serias, oscuras o adultas. La amarga dialéctica de los sexos entre Mr. Foxy y su esposa Felicity, filtrada entre delirantes robos de gallinas, huidas, asaltos y persecuciones bajo tierra, deja una buena muestra de las verdaderas intenciones y el tono del libreto.
Fantástico Mr. Fox se nutre por tanto de varios universos (personales) y tradiciones (la laboriosa animación stop-motion, fotograma a fotograma, como reivindicación de la artesanía que evidencia su proceso creativo en tiempos de hiperrealismo digitalizado) para desplegar una fábula protagonizada por lúcidos zorros parlanchines (Clooney, Streep o Murray ponen sus voces) y otras criaturas salvajes en una descarnada lucha contra su propia condición animal (la fiereza domesticada, la necesidad de vincularse a una comunidad para protegerse, la rebeldía como arma para la autoafirmación) a través de un espacio frontal de tridimensionalidad entrañablemente reducida, en un submundo a escala agujereado por túneles, trampillas y pasadizos, en una deliciosa serie de tableaux vivant de colores cálidos, canciones surferas, ecos de western y marchas circenses (cortesía de un inspiradísimo Alexandre Desplat) que marcan el paso, en este caso, a dos patas, de los zorros más listos y autoconscientes de la historia del cine.
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