Romeo y Julieta despiertan | Crítica

¿Qué hay de lo nuestro, Romeo?

Un momento de 'Romeo y Julieta despiertan'

Un momento de 'Romeo y Julieta despiertan' / IMAE

Fue imposible resistirse a la llamada del amor romántico dibujado hace siglos por Shakespeare y su evocación llevada a escena por Ana Belén, quien acompañada de Jesús Noguero interpretaron Romeo y Julieta despiertan, escrita por Eberhard Petschinka. El reclamo surtió efecto y agotó las entradas de Gran Teatro el pasado sábado para asistir a esta particular revisión-versión del clásico universal.

El texto de Petschinka resucita a Romeo y Julieta 50 años después de su supuesta muerte. Tras salir del letargo la pareja no se reconoce. La Capuleto, adolescente sólo en espíritu, busca desesperadamente por la cripta a su joven amado mientras el Montesco sufre de una amnesia retrograda que le impide saber siquiera cómo se llama ni quién es la señora mayor que lo acompaña.

Pasado el fallido encuentro, lo demás será un desfile de cuadros versados en la tragedia Shakesperiana intercalados con otras situaciones y números musicales de tinte vodevilesco hasta que los protagonistas descubren la realidad. Quizá este sea el principal hándicap de la obra: Romeo y Julieta despiertan “de verdad” cuando apenas queda tiempo para desarrollar una nueva historia. Lo que, a priori, debería ser el conflicto se presenta como desenlace.

Salvando el escollo dramatúrgico, todo lo demás merece la pena: magnífica puesta en escena donde la luz posee un papel fundamental, espacio sonoro cuidado y elementos precisos que favorecen el dinamismo de la obra. Un montaje envolvente al servicio de un grupo de artistas fabuloso. Irene Rouco y nuestro paisano Pablo Amorós elevan la escena con virtuosismo en sus respectivos instrumentos y también defienden solventemente los personajes que interpretan.

José Luis Torrijo brilla en cada una de sus intervenciones y es quien mayor amplitud de registros regala en la función. Jesús Noguera convence y se gana la simpatía del público con su Romeo desmemoriado y algo atolondrado. De Ana Belén, qué decir. Ella es el motor de la obra. La obra respira gracias al sello personal que imprime siempre y es de agradecer sobre todo por la exigencia física del papel que desempeña. El público disfrutó y eso es lo que, en este caso, al final importa.

El amor adolescente. Intenso, febril y carente de córtex prefrontal, ese trozo de cerebro que se desarrolla con la madurez para hacernos más prudentes. Seguramente, la inmensa mayoría adulta conserva alguna Julieta o Romeo en su memoria. De su recuerdo mantengamos lo mejor para sonreír y lo peor para nunca volver a caer en el mismo error.

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