Cultura

Rafael Orozco La historia del pianista vibrante

  • Juan Miguel Moreno Calderón revisa la vida del artista cordobés, de cuya muerte se cumplen 20 años, en un libro publicado por la editorial Almuzara

El 25 de abril se cumplen 20 años de la muerte de Rafael Orozco, una de las figuras principales del pianismo español, nacido en Córdoba en 1946. El Carnegie Hall de Nueva York, el Royal Albert Hall de Londres, la Musikvereinssaal de Viena se rindieron al talento de un intérprete excepcional, cuyo estilo y "apasionada entrega a la música" le convirtieron "casi en un mito para una generación de pianistas españoles". Así lo afirma Juan Miguel Moreno Calderón, catedrático de Piano y exteniente de alcalde de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba, que publica en Almuzara la biografía Rafael Orozco. El piano vibrante, el resultado de muchos años de estudio sobre el cordobés.

La primera idea de hacer un trabajo sobre Orozco, con quien mantenía amistad desde tiempo atrás, le surge a Moreno Calderón en los meses finales de la vida del pianista. En su última visita a Córdoba, en 1995, mantienen una larga entrevista en el antiguo Hotel Meliá. "Como conocía muy bien su biografía", explica el musicólogo, pude ir al grano y profundizar en lo que más me interesaba: sus estudios en Córdoba, Madrid y Siena, el concurso de Leeds, el comienzo de su carrera, la influencia de Maria Curcio... Tomé tantos datos que en ese momento podría haber escrito algo si hubiera querido. Para mí, Rafael Orozco era desde niño una vivencia muy cercana. Cuando lo vi tocar por primera vez, en el año 74, me quedé impresionado. Y en los 80 empecé a tratarlo personalmente". A raíz de su muerte Moreno Calderón escribió algunos artículos y empezó a pensar en un proyecto más ambicioso que fue tomando cuerpo cuando, años después, la familia del pianista puso a su disposición una serie de materiales que le resultaron fundamentales. Aun así tuvo que hacer "un trabajo de campo extraordinariamente complejo", de revisión del legado familiar y búsqueda "en archivos y hemerotecas de todo tipo". Llegó un momento en que pensó que "la manera de darle más enjundia" era abordarlo "con un criterio académico", y tras hablar con Luis Palacios Bañuelos presentó un proyecto de tesis a la Universidad Rey Juan Carlos. Fue leída en 2011 con el título El piano callado de Rafael Orozco y calificada con sobresaliente cum laude. Después del paréntesis de sus cuatro años como responsable municipal de Cultura, hace unos meses Moreno Calderón acordó con Almuzara la publicación de la obra, adaptada a un formato más accesible a un público amplio (con notable reducción del aparato crítico). El objetivo: "reivindicar la figura de Orozco como uno de los grandes pianistas que ha dado España" y proyectarlo hacia las nuevas generaciones.

Gente "con gran olfato para el piano como José Cubiles, Manuel Carra o Alexis Weissenberg" ya detectó en el joven Rafael Orozco unas dotes excepcionales para el piano. Era "una fuerza de la naturaleza". Ganó varios premios y su gran irrupción en la escena internacional llega en 1966 con su triunfo en el concurso de Leeds. Es una época de proliferación de certámenes musicales que buscan nuevos talentos y eran seguidos con gran atención por representantes y empresas de discos. El premio en Leeds "conllevaba una serie de compromisos, contratos para tocar en Londres, en Edimburgo..., además de la grabación de un disco". Y comienza a trabajar con la agencia de conciertos Ibbs and Tillett. "Era el sistema de promoción de la época. Hoy los artistas tienen otros canales para irrumpir, pero hasta hace 20 o 25 años la vía principal era el concurso, si bien algunos como Glenn Gould o Barenboim emergieron por otros cauces. Pollini, Argerich, Ashkenazy..., se dieron a conocer en concursos".

En la vida de Orozco una de las personas más importantes fue su tía Carmen Flores, profesora del Conservatorio. "Una gran parte del éxito de Orozco se cimenta en Carmen Flores, que le inculcó una gran pasión por el piano y la disciplina. Era llamativo que un niño tan pequeño tuviera esa disciplina. Le dio una base pianística muy importante. Cuando va a Madrid, José Cubiles y su asistente, Manuel Carra, se quedan asombrados. Carra decía que nunca había visto un talento como el de Orozco". También fue fundamental su relación con Alexis Weissenberg, "pianista excepcional" que "quedó impactado cuando lo escuchó, en Madrid, y comenzó a darle clase". Ya en Londres fue alumno de Maria Curcio, "que lo quería como a un hijo". Moreno Calderón también cita como figuras fundamentales en su carrera a su representante Terry Harrison y el director de orquesta Carlo Maria Giulini.

A lo largo de su trayectoria, señala Moreno Calderón, el repertorio de Orozco "se mueve entre Bach y Bartók y Prokófiev", pero al primero de ellos no le presta una gran atención. "Cuando él irrumpe en el panorama musical, hay una corriente historicista sobre Bach que es la que marcan Glenn Gould o Rosalyn Tureck y en la que Orozco no encuentra una orientación muy clara, ni tampoco con la música contemporánea, la posterior a la Segunda Guerra Mundial. Eso no está en los cálculos de Orozco, que era fundamentalmente un pianista del repertorio romántico, y en él se movió toda su vida, aunque es verdad que hay matices. Era un pianista de bravura. Hay pianistas muy adecuados para tocar Mozart, por ejemplo Maria João Pires, hay otros que se acercan más al repertorio ruso, Prokófiev, Rachmaninov..., el repertorio virtuoso. Orozco pertenecía a esa categoría. Le pedían mucho que tocara ese tipo de repertorio y en los años 70 es fácil verle con conciertos de Rachmaninov, Tchaikovsky, Brahms, el segundo de Chopin, Liszt, Schumann...". Una pregunta que muchos expertos y aficionados se han hecho, señala el biógrafo, es por qué no tocó más música española: "En realidad la tocó desde joven, le gustaba y tenía una especial disposición para tocarla. Pero él, a diferencia de Alicia de Larrocha, que se promocionó primero en el mundo como una pianista que tocaba muy bien Iberia de Albéniz o Goyescas de Granados y que luego fue tocando todo tipo de repertorio, quería afirmarse como pianista internacional con un repertorio internacional. En los últimos años de su vida lo veremos tocar una música más introspectiva, la última sonata de Schubert, el tercer concierto de Bartók, Debussy..., y sobre todo la suite Iberia, pero los primeros años de su carrera están marcados por el repertorio de bravura. En los años 70 la imagen que se tiene de él es la de un supervirtuoso, un pianista bravísimo".

El capítulo 13 del libro está dedicado al impacto que Orozco provocó con Iberia, "que fue grandísimo. Solo los conciertos de Rachmaninov que grabó para Philips en los años 72 y 73, con motivo del centenario del compositor, tuvieron un eco internacional similar, hasta un nivel que cabe preguntarse cómo un artista que tuvo ese lanzamiento no está hoy mucho más presente en el recuerdo de la vida musical. Rachmaninov e Iberia son los puntos culminantes del legado de Orozco en el ámbito discográfico. Él llevaba tocando Iberia 30 años cuando la graba, en el año 92. Es una música que requiere una destreza pianística muy grande para a partir de ahí empezar a pensar cómo quieres hacerla. En Iberia estaba la sombra de Alicia de Larrocha, que la había grabado en tres ocasiones y era una referencia indiscutible, y la de Esteban Sánchez. Y Orozco se sitúa en el mismo nivel". Su propuesta de acercamiento a la obra es "más cosmopolita y universal, de una persona que ha vivido mucho tiempo fuera de España y que piensa su país con el filtro de llevar 30 años en otra parte, sin rasgos pintoresquistas". El éxito en Inglaterra, Francia y otros países fue enorme y supuso "el renacimiento" del artista "después de unos años más apagados".

Orozco hizo cuatro discos con EMI entre finales de los 60 y principios de los 70, dos grabados en Londres y dos en París con Michel Glotz, "que era el manager discográfico de Karajan y Weissenberg". Entre ellos figura el de los estudios de Chopin, uno de los trabajos más reconocidos del cordobés. Posteriormente su representante inglés, Terry Harrison, le proporcionó un contrato de larga duración con Philips, sello para el que graba sonatas de Liszt y Chopin y los conciertos de Rachmaninov y Tchaikovsky, "el tipo de repertorio que todo el mundo esperaba de él". Nueve discos en total. A finales de los 70 se rompe esta relación y vienen unos años en los que "la falta de presencia se Orozco en el mercado discográfico repercute en su carrera de conciertos". Grabó otro álbum con EMI (conciertos de Mozart) y uno para Riccordi (sonatas de Beethoven), pero entre 1982 y 1990 no graba, "y esto fue un motivo principal para que en ese periodo su carrera tuviera un declive, no artístico sino en términos de presencia". Su vuelta al mercado se produce con Auvidis Valois y Liszt, pero es la posterior Iberia la que lo sitúa de nuevo en el foco. En 30 años de carrera publicó 21 discos.

El trato de la crítica fue bueno "pero con matices", y es que "los pianistas que tienen un contenido virtuosístico muy grande, Horowitz, Weissenberg, Lázar Berman, están sujetos a que una parte de la crítica vea en ellos sobre todo el poderío técnico y que sospeche que no hay detrás un contenido musical acorde a esas facultades". En España, Orozco tuvo "un gran valedor, Enrique Franco, crítico de Arriba y El País, y en general en este país se le trató bien, pero donde mejor trato recibió fue en Inglaterra, Italia, Holanda... La crítica ponía siempre el foco en su capacidad virtuosística, y fue en los últimos años, en los que da un giro en su repertorio hacia música más introspectiva, cuando algunos ven que Orozco era mucho más de lo que pensaban. Por otra parte, las cosas se ven mejor con perspectiva y si escuchas ahora los conciertos de Rachmaninov que grabó con 25 años encuentras a un pianista extraordinariamente musical, a pesar de las reservas que manifestaron entonces algunos".

Orozco "no era un pianista predecible, como tampoco lo era Horowitz". Para él "cada concierto era un momento único, irrepetible". Era una persona "muy susceptible a que le influyera todo lo que pasaba a su alrededor". Cada actuación "era para él una prueba de alegría, pero mediatizada por su estado de ánimo, por el piano, la sala...". No formaba parte del club de los pianistas cerebrales que lo controlan todo: como alguien dijo, "tocaba sin red, salía al escenario a asumir todos los riesgos del mundo". Su mentalidad era "de pianista romántico en una época en la que estaba muy encima de los intérpretes la objetividad textual, un tipo de interpretación muy medida en todos los sentidos, muy de acuerdo a lo que pone la partitura. En Orozco, Horowitz o Berman hay un componente individual en la interpretación quizá mayor del tolerado muchas veces por cierta parte de la crítica. Alfred Brendel o Maurizio Pollini son pianistas muy predecibles, genios del piano pero que tienen tan trabajado su tipo de interpretación que las fluctuaciones son mínimas. Orozco ganaba mucho en vivo porque lo daba todo, se entregaba profundamente en cada concierto".

"Me gustaría decir que la relación de Orozco con su ciudad fue mejor de lo que fue", apunta el musicólogo. Orozco toca en Córdoba varias veces a finales de los 60, tras ganar en Leeds, y posteriormente en los años 71 y 74. Y ya no volvió hasta el 81. "Hay un Orozco a partir de mediados de los 80, cuando venía a tocar por lo menos una vez al año, y otro anterior que vino en contadas ocasiones". La concesión de la Medalla de Oro de la ciudad en 1986 tuvo en efecto reconciliador. A comienzos de los 90 recibió un homenaje del Conservatorio Superior, que hoy lleva su nombre. En este año en que se cumplen dos décadas de su muerte, Moreno Calderón espera que Córdoba se acuerde de él. Una buena iniciativa, señala, sería impulsar la reedición de algunas de sus grabaciones.

Moreno Calderón fue el impulsor y director artístico hasta el año pasado del Festival de Piano Rafael Orozco, que nació en 2002, "con Angelina Costa como teniente de alcalde de Cultura", recuerda. El primer concierto lo dio Javier Perianes y desde entonces han transcurrido 14 ediciones con más de 150 conciertos, artistas de más de 25 nacionales "y un nivel de prestigio importante" a pesar de que el presupuesto es bajo, en torno a 30.000 euros. "Hay que seguir la misma línea y, en la medida de lo posible, impulsarlo, con más dotación y promoción, porque es un festival que ha adquirido un notable prestigio, por el que han pasado todos los grandes pianistas españoles y relevantes figuras internacionales y que tiene el respaldo del público". Y al que "los pianistas quieren venir" para rendir homenaje al gran Rafael Orozco.

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