El viaje del monstruo fiero | Crítica

Rafael Álvarez 'El Monstruo'

Rafael Álvarez en un momento de la obra en el Gran Teatro.

Rafael Álvarez en un momento de la obra en el Gran Teatro. / IMAE Gran Teatro

El Gran Teatro de Córdoba logró cubrir todas sus localidades y prorrogar la llegada a la Feria en su último gran día a buena parte del público que acudió al viaje del Rafael Álvarez transformado en Monstruo fiero.

La Compañía Nacional de Teatro Clásico apadrina este montaje muy conscientes de saber que obras de Lope, Quevedo, Góngora, Cervantes y hasta Shakespeare van a ser pretexto para que El Brujo camine por la senda inabarcable de su experiencia en un ritual con seña personal, donde la liturgia de la palabra es transmitida según los fieles que asisten. Don Rafael oficia a su modo. Mientras, nos dejamos llevar entre anécdotas, chascarrillos y comentarios actuales hasta el límite de perderse él mismo y preguntarnos de vez en cuando si le seguimos.

Da igual por donde vayan sus disertaciones si la meta es entrar en comunión con el público, transmitir el mensaje y responder a él. A la pregunta de si la función ha sido la misma que la anterior sólo puede responder el maestro Javier Alejano que, tras décadas acompañando al Brujo, espera paciente el momento preciso para aportar el toque musical preciso que apostilla la palabra. Terminado el rito, cada parroquiano levantó su corazón para ovacionar a tan Fiero Oficiante en agradecimiento por el buen rato pasado.

“Soy un Bululú”. Rafael Álvarez, así se reconoce. El Bululú era la formación teatral mínima (pues solo era una persona) que existía en tiempos donde el teatro llegaba a cualquier lugar remoto de nuestra geografía y el actor interpretaba lo que buenamente sabia a cambio de unas monedas (si había suerte), un cuenco de caldo o un chusco de pan.

Gracias Don Rafael por conservar esa tradición, en espíritu. Le deseamos larga vida y que siga comiendo de ello.

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