Obra maestra del cine de animación

WALL·E y Eve protagonizan una fábula sobre los sentimientos, de humanos que los han perdido y de robots que los han desarrollado.
WALL·E y Eve protagonizan una fábula sobre los sentimientos, de humanos que los han perdido y de robots que los han desarrollado.
Carlos Colón

12 de agosto 2008 - 05:00

Pixar es lo más importante que le ha sucedido al cine de animación desde que Disney estrenó Blancanieves, primer largometraje animado, en 1936. Nació como productora independiente en 1986, desgajándose del imperio de Lucas, y en 1991 se unió a Disney en una relación empresarialmente tormentosa pero comercial y artísticamente arrolladora que, tras una breve ruptura entre 2004 y 2006, culminó en una compleja fusión.

Los éxitos de Toy Story (primer largometraje de animación por ordenador), Bichos, Monstruos S.A., Buscando a Nemo, Los increíbles, Cars y Ratatouille justifican el interés del histórico coloso de la animación por unirse a Pixar. El asombro de WALL·E, tal vez la mejor película de Disney/Pixar hasta la fecha, lo corrobora.

Los talentos unidos de John Lasseter, antiguo animador de Disney, uno de los fundadores de Pixar y su director creativo, y de Andrew Stanton en el guión y la dirección han logrado crear una visualmente imponente, divertida y emocionante película que se toma en serio desde un punto de vista creativo y reflexivo la animación, a la vez que respeta la inteligencia del público (infantil o adulto) y triunfa en la taquilla. La perfección.

WALL·E es una fábula sobre los sentimientos que presenta máquinas que los han desarrollado y humanos que los han perdido. El tierno robotito WALL·E (inspirado en el marciano de ET y el robot de Cortocircuito de Badham) vive solitario en una tierra devastada y abandonada por los humanos.

Está programado para recoger basuras pero, tal vez al ir creando su heterogénea colección de objetos rescatados de la basura o viendo una y otra vez un vídeo del Hello Dolly de Gene Kelly, ha desarrollado sentimientos que, en su situación de soledad sólo acompañada por una traviesa cucaracha, son sobre todo una carencia de amor.

La aparición de Eve, un blanco robot ovoide enviado a la Tierra para rastrear cualquier tipo de vida, le dará esa compañía que ansiaba. O le pondrá en camino de conseguirla no sin dificultad, porque Eve está programada para destruir cuanto se interfiera en su misión. Con WALL·E y Eve descubriremos que los humanos sobreviven, gordos e indolentes, en una especie de resort espacial, presos de las comodidades que les proporciona un ejército de robots.

Imaginando un mundo en el que el HAL-9000 de 2001 hubiera tomado el poder, Stanton conduce con habilidad diabólica su fábula entre la ciencia ficción pesimista a lo Un mundo feliz y el humor y la ternura propias del cine de animación.

Si en el diseño de los humanos (la asignatura pendiente de la animación digital) hay titubeos, en las creaciones del fantasmal Nueva York, la nave-resort, la estilizada cucaracha y los robots (no sólo los protagonistas: espléndidos también los averiados y majaretas que les ayudan) a los que da la máxima expresividad con el mínimo de recursos, Stanton y su equipo despliegan un talento creativo que hace de WALL·E una obra maestra.

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