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CRASH
Glénat revisa la trayectoria de Yves Chaland, uno de los grandes nombres de la historieta europea, creador de Freddy Lombard
Alumbrado en 1981, Freddy Lombard pasa por ser uno de los personajes más interesantes y representativos de la Bande Desinée de la década de los 80. Representativo, digo, por la gracia y obra de su creador, el genial Yves Chaland (Lyon 1957-1990), nombre propio y tardío de la segunda hornada de dibujantes de la Klare Lijn, en palabras de Joost Swarte, o línea clara, como se dice en lengua vernácula al estilo gráfico por excelencia de la historieta francobelga. Un estilo que, según el Diccionario del cómic editado por Larousse en 1994, tiene en Hergé a su iniciador y se caracteriza por un dibujo depurado, de trazo lineal continuo, profusa angulosidad y rechazo de toda sombra o volumen "susceptible de alterar la legibilidad del conjunto", pero que, como todo buen lector de cómic sabe, y ya dejó claro y por escrito Eduardo García Sánchez (véase U, núm. 21, septiembre de 2000), consiste sencillamente en recrear una fuente de inspiración común: Jacobs, Hergé, Franquin, Jijé…, esto es, la historieta francobelga de posguerra y, por extensión, la literatura francesa infantil y juvenil desde finales del siglo XIX hasta la segunda guerra mundial, de la que aquella toma motivos y argumentos.
E interesante, decía, porque Chaland lo es, lo fue siempre. Comenzando, por ejemplo, con aquellos rudimentarios y desatinados, pero eclécticos y voluntariosos trabajos para Métal Hurlant recopilados más tarde en Captivant (1979); continuando con su impagable visión satírica de la Francia en ruinas o, mejor dicho, de los franceses que emergen de las ruinas del conflicto bélico en Albertito (Le jeune Albert, recopilado en álbum en 1993); y terminando, ay, con su malogrado Spirou (Coeurs d'acier, 1982). Y es que no puedo imaginar un enlace más importante en el cómic europeo que este: Spirou-Chaland, Chaland-Spirou, llamado a configurar una nueva era, un nuevo estándar, similar y distinto al que involuntariamente propiciase Jijé en 1946 al poner el destino del botones por antonomasia y su ardilla en manos de un imberbe André Franquin. ¿Creen que exagero? Ah, pero por fortuna nos queda Freddy Lombard. Quizá no para el gran público -y esta habría sido la ventaja de Spirou-, pero sí para todo el que quiera darse por enterado.
Porque Freddy, Lombard como la editorial de Le Journal de Tintin, el magazine iniciado también, y precisamente, en 1946, es el Spirou posmoderno. Dice García Sánchez en el U que ya cité: "Freddy, soñador y entusiasta, recuerda al botones belga; Sweep, pragmático y algo bruto, es un trasunto de Fantasio y su peinado imposible; y Dina, como la ardilla Spip, es la voz de la razón". Un sugestivo trío que vaga por el mundo en busca de aventuras, sí, pero sin un duro en el bolsillo, consciente -hasta donde puede serlo un tebeo juvenil- de que lo primordial es, precisamente, encontrar el pan nuestro de cada día. O, mejor dicho, un trío que vaga por el mundo, y punto. La aventura viene después. Siempre casual, siempre inesperada.
Porque Chaland, lo dice la sección biográfica de su página web, gozó de una infancia tranquila en provincias, aunque otros biógrafos menos complacientes hablan de pobreza y malos tratos. Sea como fuere, Freddy Lombard comparte la sensibilidad de su creador hacia las dificultades económicas del mundo real. Y en esto, la BD de Chaland se sitúa a un lado del abierto y simple esteticismo habitual del resto de los componentes de la línea Atom, subgrupo de la línea clara con el que se le asocia.
No es casual que la primera aventura de Lombard, El testamento de Godofrío de Bouillon (Le testament de Godefroid de Bouillon, 1981) comience con el trío protagonista abandonando, en medio de la carretera, un viejo -y barato- coche de alquiler averiado que, para más inri, ya estaba casi sin gasolina. Ni que más tarde, y después de una caminata bajo la lluvia, la excusa que lleva a los tres ganapanes a la aventura sea la cuenta del asado que han consumido en el hotel restaurante situado a la entrada de Bouillon. O, mejor dicho, el hecho de no tener dinero para pagarla. "Facturas, siempre facturas", gruñe Freddy al inicio de la segunda historieta de las dos que integran El cementerio de los elefantes (Le cimètiere des éléphants, 1984) y la precariedad acompaña a los personajes en El cometa de Cartago (Le comète de Carthage, 1986), tercer álbum de la serie, y primero que cuenta con la colaboración al guión del magnífico Yann Lepennetier. Lepennetier figura también en los créditos de Vacaciones en Budapest (Vacances à Budapest, 1988) y F.52 (1989), tramo final de la aventuras de Freddy Lombard, detenidas en seco por el mortal accidente automovilístico que acabó con la vida del dibujante en julio de 1990.
Estos tres álbumes escritos al alimón con Lepennetier quedan como uno de los hitos fundamentales de la BD contemporánea. En ellos, Chaland alcanza la cumbre de su arte y del propio arte de la historieta, esa cota reservada a un puñado de nombres propios. Si El cometa de Cartago es un hermosísimo, inesperado y emocionante canto lírico, Vacaciones en Budapest reinterpreta la historieta francobelga en clave política. En palabras de Chaland, incluidas en la edición de Glénat: "Cuando comencé a trabajar en Vacaciones en Budapest, partía del hecho de que los cómics de los años cincuenta, tipo Spirou, Tintín, etc., no habían hecho ninguna alusión al drama de Budapest, al aplastamiento de la insurrección por parte de los tanques soviéticos, aunque Hungría está aquí al lado, a unos 400 km de casa. Se supone que el cómic es un arte que trata asuntos de su época, sin embargo nunca había hablado de aquello". F.52, por su parte, es un delirante thriller ambientado en el espacio cerrado de un gigantesco avión de propulsión atómica, y con este álbum se cierra involuntariamente el círculo: en el inicio, Freddy, Sweep y Dina, modestos empleados del F.52, tratan de arreglar el cuatro latas en el que se dirigen al multitudinario despegue. Se les ha pinchado una rueda. No tienen rueda de repuesto. No podía ser de otro modo.
l crashcomics.blogspot.com
Yves Chaland y Yann Lepennetier. Glénat. 136 páginas, 25 euros
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