Naufragio multicultural e independiente

En su segunda semana en la cartelera, Bella ha triplicado su presencia en los cines de la ciudad, algo poco frecuente en el sector de la exhibición local. Los motivos de este súbito impulso comercial hay que buscarlos en el éxito de la fórmula bienintencionada y melindrosa de esta nueva muestra de cine pequeño salido de Sundance, prototípico cruce entre las viejas hechuras del melodrama y esa superficie pulida presidida por lo multicultural y lo políticamente correcto que tanto parecen gustar en el festival de Robert Redford.
Bella aprieta las tuercas de su relamida y poco creíble historia de amor y redención en un ambiente de barrio protagonizado por estereotipos de la inmigración latina y conducido por una puesta en escena plana y aseada.
Empeñado en renovar su imagen de galán de telenovela, Eduardo Verástegui se disfraza con barba de náufrago y pone su mejor cara de niño bueno para recordarnos a cada instante que la suya es una pena muy grande.
Pronto descubriremos por qué una prometedora figura del fútbol ha acabado de cocinero en un restaurante chicano y también cómo no hay pasado oscuro o tormentoso que no pueda dejarse atrás gracias al poder del amor y la familia.
Cursi hasta decir basta, Bella busca lágrimas de cocodrilo explotando desvergonzadamente los peores recursos del drama maniqueo y transfigurando la realidad mestiza en un falseado invernadero de buenas intenciones y segundas oportunidades.
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