Musidora y Antonio

'Sol y sombra' y 'La tierra de los toros' retratan la relación de la cineasta gala y el rejoneador cordobés a la vez que muestran las antiguas faenas de capote y muleta

Agustín Jurado

16 de mayo 2010 - 05:00

No me extraña que embutida en una piel de malla negra zaina, Musidora, el regalo de las musas, fuese tal para los surrealistas. Louis Aragón o André Bretón cayeron rendidos ante su erotismo suburbial igual que lo hicieron Julio Romero de Torres y el mismísimo Antonio Cañero. Su imagen, a pesar de contar casi un siglo, atrae por su sensualidad, por su atrevimiento, por su elegancia y, que me perdonen los ciberartistas, es más moderna que un píxel. ¡Ver a Musidora en su maillot y después morir!, como escribió un crítico del momento absolutamente poseído. Poeta, bailarina, guionista, pintora, productora, actriz y todo lo que quiso, se puso el mundo por montera cuando éste, aún anclado en costumbres victorianas, evolucionaba tan rápido que era incapaz, como un adolescente, de asimilar lo que descubría al minuto. Su retrato, colgado del Louvre, rinde tributo a una de las mujeres más fascinantes de la cultura europea.

Jeanne Roques, atraída por ese deseo irrefrenable de conocimiento y búsqueda de lo exótico, contribuyó a la construcción de nuestra cinematografía abordando tópicos idealizados por el romanticismo. Viajó a España para dirigir e interpretar dos películas de temática taurina, Sol y sombra (1922), basada en la novela L'Espagnole de Maria Star; y el documental dramatizado La Tierra de los Toros (1923). Ambas cintas, que fueron proyectadas el pasado lunes por la Filmoteca de Andalucía, se constituyen en documentos de primer orden para analizar la sociedad de la época. Y al margen de su belleza intrínseca también documentan, que es lo que viene a cuento, una imagen de la tauromaquia de primeros de siglo sustancialmente diferente a la actual. Se palpa el influjo atrayente del tipismo, propio del momento, que carente de prejuicios acerca al mundo del toro a artistas de otras latitudes, sin prejuzgar la brutalidad o el anacronismo. Al contrario, ese acercamiento se establece desde la curiosidad y el respeto escrupuloso hacia lo distinto, con espíritu de aprender y enriquecerse de lo que singulariza al otro. Ese valor, esa atracción, esa actualidad, siguen vigentes. Ofrecen también, sobre todo el documental La tierra de los toros, una versión de las antiguas faenas de capote y muleta. Es el propio Antonio Cañero quien, bien de corto a campo abierto o en plaza de tientas, o bien vestido de luces en la plaza, pasan de muleta al toro. Faenas cortas, preparatorias para la estocada, pases rematados arriba, en línea, desplantes que hoy calificamos de cómicos, conforman una manera de interpretar con el toro llena de viveza y frescura. Los capotes livianos dibujan los lances con el pulso de las muñecas, no como ahora, que el apresto les hace esconder a todos la misma verónica. La técnica, aunque ya bien asentada, conserva matices y destellos de lo antiguo, se muestra viva. El natural aún no se ha reposado ni ha llegado a su extensión actual, ni siquiera se cierra en círculo atrás de la cadera, pero tiene el aroma que surge de la posibilidad de que salga churro u obra de arte en función de la destreza del torero.

El movimiento constante de toro y torero, las piernas sin asentar, en perenne tensión, lejos de perder profundidad, evocan una construcción artística contundente, basada en la premisa de la estética como pilar expresivo. El actor, Cañero, lejos de amilanarse ante la fuerza interpretativa de los ojos y las manos de Musidora, da cumplida respuesta. La respuesta que debe dar un galán elegante, valiente y arrojado. Elementos que incorpora a sus faenas muleteras como extensión de su propia personalidad. Unas veces con una minúscula muleta, otras con un escaso pañuelo blanco que extrae del bolsillo de su chaquetilla, pasa a los toros con una gracia, un arte y un derroche de facultades físicas que ya quisiera El Fandi. La tauromaquia moderna está contenida ahí, pero formalmente guarda la apariencia de la antigua y una serie de aditamentos que quizá hemos perdido como la improvisación, la sensación de fiereza o la creatividad.

Mi enhorabuena a todos los implicados. Esperemos que esta iniciativa siga dando frutos y podamos disfrutar de todo el patrimonio cinematográfico que la tauromaquia ha brindado a la cultura sin reclamarle nada.

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