Mundo viejuno

Víctor Manuel, el pasado miércoles.
Víctor Manuel, el pasado miércoles.
Ángel Vázquez

11 de diciembre 2009 - 05:00

Gira 'Vivir para cantarlo'. Víctor Manuel, voz y guitarra; David San José, voz y teclado; Ovidio López, guitarra. Fecha: miércoles 9 de diciembre. Lugar: Gran Teatro. Casi lleno.

Sale Víctor, saluda, presenta, dice que es de Mieres, y nos parece el mismo de siempre, avanzando por la misma calle, pisando la misma acera, hacia la misma casa, con los mismos gestos, aunque cada día explique de forma distinta las cosas más dispares. Así se presenta Víctor Manuel a estas alturas, y así me suena su repertorio de cuarenta años, tan familiar como predecible. Pero, milagros de la ciencia, el de la Puerta de Alcalá no llega a poner pie en el territorio de lo manido o lo rancio, sabe respetar la zona de peligro balanceándose ante el vacío, y más bien se regocija ufano al aparecer como cantante tradicional vivo y peleón, inequívoco marcador de años, décadas e incluso generaciones, que no es poco

Las que lleva a cuestas son las canciones de siempre, para qué nos vamos a engañar. Esas que dicen que ya no se hacen. Son las que, a sus anchas, con el paso de los inviernos, cual Adriá asturiano, ha construido, deconstruido, hidrogenado, adormecido, avivado, hervido, braseado y sometido a los más diversos pasapurés para cantarlas solo o en compañía de los otros más insospechados, amén de su señora, en los escenarios más diversos. Tras dúos, tríos, cuartetos, bandas, filarmónicas y pelotazos, Víctor ha vuelto para reencontrarse consigo mismo, y con la nostalgia, casi a solas, casi a oscuras. Flanqueado por dos únicos músicos que en ningún momento enfundaron los temas en lujosas camisas ni les prestaron oropeles innecesarios, el cantautor se dejó llevar por una puesta en escena parca y sepia, evocadora, sugerida por el siempre acertado José Carlos Plaza. Y así Víctor Manuel serpenteó en el escenario, seguro y sin miedo, a través de su propia leyenda en busca de un público que se lo come a besos.

Poco tiene que demostrar a estas alturas el autor de Sólo pienso en ti. Será por eso que Víctor Manuel se lanza al vacío con el triple mortal de no tener micrófono en la manos. Al más puro estilo teatral luce microfonía apta para declamar, gesticular y regocijarse en esos gestos tan suyos como el de cabeza hacia atrás y faz colorada, puños cerrados, garganta henchida. Y en esa dualidad entre músico y actor, más trovador que otra cosa, va narrando interminables historias que acompañan a unas canciones marcadas indefectiblemente a hierro en su piel, y en la del público. Y habla de curas, de cantantes de ojo de cristal, de su tierra, de los suyos, de los otros, de ricos y mendigos, de hazañas y cobardías, de lo posible y lo imposible, de la esperanza..., aunque nos parezca que es como en esa sección de la insuperable Muchachada Nui, en la que el mismo individuo va siempre bajando por la misma calle, pisando la misma acera, camino de la misma casa. mientras sabe perfectamente qué hacer con las manos para que todo tenga sentido.

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