Lorca por Saura | Crítica

Lorca a viva voz

India Martínez, en un momento de la representación.

India Martínez, en un momento de la representación. / IMAE Gran Teatro

El patio de butacas al completo aguarda expectante. Oscurece la sala y el sonido de una canción imbuye de silencio al público. Una pareja de actores emerge de las sombras introduciendo lo que vamos a ver. Ataviada en un traje rojo, reflejo de vida, pasión y drama, India Martínez es Lorca transformado en voz. Así comienza la ofrenda que Carlos Saura, gracias al texto de Natalio Grueso, dedica a uno de los artistas contemporáneos más universales de nuestra tierra y simultáneamente se ha convertido en homenaje a la trayectoria de este aclamado director recientemente fallecido.

Las múltiples disciplinas cultivadas por el cineasta oscense se muestran proyectadas en la doble pantalla que a modo de fondo contribuyen en la recreación pasajes de la vida y obra del autor granadino: infancia, juventud, madurez temprana y prematura muerte se plasman bajo el sello inconfundible que le ha hecho destacar a lo largo de su dilatada carrera.

La hábil dramaturgia de Natalio Grueso facilita este tránsito por estas etapas, de la mano de un nutrido número de personajes que influyeron en su forma de ser, crear y sentir. Las preciosas notas de Antonio Bejarano al piano son elemento clave del espacio sonoro y prácticamente un personaje más. Alberto Amarilla y Saturna Barri elaboran el robusto andamio interpretativo que construye y da vida a la escena.

Juntos, este trío de artistas generosos impulsan el vuelo de India Martínez, especialmente motivada por actuar para sus paisanos, que mantiene el tipo en las partes habladas y cuando canta es donde su voz prodigiosa nos traspasa y emociona.

El público dictó sentencia alzándose del asiento ovacionando al equipo de intérpretes por ser testigos de un espectáculo rebosante de talento y sensibilidad.

Pasan los años y la sombra de Federico García Lorca se hace cada vez más larga. Lo que pudiera haber regalado de más si no lo hubieran asesinado siempre será una incógnita tan recurrente como dolorosa. El legado imperecedero que nos dejó ha sobrevivido a sus verdugos y continuará. Algo es algo.

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