Alma y Palabra. San Juan de la Cruz | Crítica

Juan de la Cruz y el verso como liturgia

Adriana Ozores y Lluìs Homar en un pasaje de la obra.

Adriana Ozores y Lluìs Homar en un pasaje de la obra.

Viernes de Dolores. Se abre la puerta a una Semana de Pasión que este año regresa con la cercana normalidad que nos abandonó dos años atrás y el IMAE por caprichos del azar o habilidad para programar (nos decantamos más por la segunda) acogió ayer en Teatro Góngora Alma y Palabra. San Juan de la Cruz, producida por la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC).

Los textos de Juan de la Cruz exhortan al que los lee, u oye en este caso, a emprender un camino no deseado, pues la senda que nos obliga a la renuncia está flanqueada por dos extremos: a un lado el terrenal y al otro el sublime, pues de poco sirve al iniciado que abandonando los placeres terrenales se jacta del gozo espiritual que recibe. Para lograr alcanzar la experiencia mística y plena hay que desprenderse de todo obteniendo a cambio nada y en esa ausencia absoluta nuestro caminar por la oscuridad encontrará la luz sin quererlo. La visión de Juan de la Cruz, su alma transmutada en palabra, nos invita a un lugar donde no queremos estar por lo difícil de alcanzar.

Para plasmar sobre la tridimensionalidad del espacio escénico este mensaje complejo y de sublime riqueza lingüística la CNTC reduce sus recursos al mínimo. Un piano de media cola y la copia del Cristo de Velázquez acotan el vacío que la iluminación de Dani Checa ejecuta con cadencia mesurada, acompañando las delicadas notas que, inspirado por los versos del autor, Frederic Mompou compuso para su Mùsica callada y Emili Brugalla interpreta en vivo con maestría.

En la misma sintonía, bajo la dramaturgia de José Carlos Plaza, la palabra brota de las bocas de Adriana Ozores y Lluís Homar con el peso propio de quienes atesoran sabiduría y experiencia completando un cuadro plástico y sonoro que bajo le premisa de la serenidad, ofrece un ritual por momentos envolvente e hipnótico que intenta calar en el espíritu del público.

¿Cómo representar la ausencia? ¿Qué medios empleamos y de cuáles prescindimos? ¿De qué manera intervenimos sin caer en otras pretensiones? ¿Qué aceptación tendrá? Preguntas difíciles para proyectos arriesgados que en la mayoría de las ocasiones solo pueden ser asumibles si van de la mano de un buen Mecenas y estos, por desgracia, abundan poco.

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