La isla | Crítica

En la salud y en la enfermedad...

Gema Matarranz y Marta Megías, en una escena de la obra.

Gema Matarranz y Marta Megías, en una escena de la obra. / Jordi Vidal

¿Cuál debe ser nuestra respuesta emocional ante un acontecimiento dramático? ¿Está bien si lo que debo sentir es contrario a lo que realmente siento? Este par de cuestiones se unen a ¿Qué pasaría si...? Transformándose en el motor propulsor de La isla, última obra del genial Juan Carlos Rubio junto a Histrión Teatro.

Ada y Laura son una pareja que a lo largo de sus 15 años de relación han pasado de la ilusión del principio al desencuentro actual. La razón de esta distancia comenzó con el nacimiento de su hijo con una grave discapacidad.

Después de 11 años de largo sacrificio se encuentran en la sala de espera de un hospital aguardando el resultado de la intervención de urgencia realizada al niño tras sufrir un grave accidente doméstico. La fría estancia se convierte en el confesionario donde se descubre la naturaleza de sus reproches, la asfixiante existencia que comparten y la culpa atenazante que surge ante la posibilidad de sentirse liberadas de su pesada carga.

El reto consiste en plantear el conflicto con la imparcialidad suficiente para que sea el público quien juzgue

Juan Carlos Rubio sube al escenario un conflicto más común de lo que a priori podría figurarse. El gran reto consiste en plantearlo en su naturaleza tal y como es: con la imparcialidad necesaria y suficiente para que sea el público quien juzgue los actos de estas dos mujeres.

Tal propósito lo consigue gracias al impecable manejo de la palabra y el lenguaje escénico. El espectador elabora su juicio con criterio objetivo por medio del distanciamiento que Gema Matarranz y Marta Megías aplican mientras interpretan a sus respectivas protagonistas.

Con este recurso la escena se desdobla. Ada y Laura son también Gema y Marta, las cuales interrumpen el ensayo para compartir ideas y romper el exceso de carga dramática que pueda influir nuestro veredicto. Un ejercicio honesto y rotundo, de grandes profesionales que merecen absoluto respeto y agradecimiento.

¿Cómo es posible lograr que nuestra vida tenga sentido cuando la adversidad lo pone tan difícil? Naturaleza y conciencia luchan para adueñarse de nuestra voluntad. Una pugna donde nadie es quien para decir qué está bien o mal. Solo el que la sufre puede hablar y su respuesta, sea cual sea, siempre es humana.

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