La Historia con peluca y minifalda


Leo (y no creo) a Bruno Ganz en El País: "los alemanes se atreven ahora a mirar a su historia sin complejos… el gran paso para la revisión de la historia lo marcó El hundimiento". Al protagonista de El amigo americano, Cielo sobre Berlín o La eternidad y un día, hoy intérprete de lujo en superproducciones como El hundimiento, The reader o esta RAF, parece acecharle la misma amnesia de la que se acusa al cine de su país. Ha olvidado, por ejemplo, que buena parte del Nuevo Cine Alemán de los primeros Kluge, Schlöndorff, Fassbinder o Syberberg nació precisamente con el propósito de no olvidar la Historia (el nazismo y la connivencia del pueblo alemán) o el presente (el terrorismo), de materializarlos a través de nuevas formas cinematográficas, de pensarlos, reconociendo las propias vergüenzas, al mismo tiempo en que se pensaba el lenguaje. Parece que para Ganz, como para buena parte de aquellos que jalean hoy el renacimiento internacional del cine alemán (sic), la recuperación de la memoria y la curación de las heridas pasan única y exclusivamente por la fórmula del cine-espectáculo de guardarropía, atrezo y vestuario de época, por una Historia de consumo masivo, simulación y clichés de género.
Como El hundimiento, Napola, Good bye Lenin!, Sophie Scholl, La vida de los otros, El experimento o La ola, RAF echa la vista atrás para banalizar y trivializar un periodo convulso -el auge del terrorismo político entre finales de los años sesenta y la década de los setenta, con Vietnam y el Mayo de 68 de fondo- glamourizando a sus protagonistas y convirtiendo sus proclamas y sus acciones violentas en un frenético show con patillas y peluca en el que cada frase, cada gesto, parece medido para recordarle al espectador que, en el fondo, ellos también tenían sus razones (equivocadas).
Uli Edel (Yo, Christina F., El cuerpo del delito) convoca al famoso, guapo y mediático grupo terrorista Baader-Meinhof en un thriller en el que la acción constante y la narrativa espasmódica aplastan cualquier atisbo de ideología o de perfil psicológico de personajes, reducidos a un mero papel de comparsas paródicas de lo que pudo ser un activista, sus motivaciones y su entorno. A ritmo de rock'n'roll y explosiones, RAF abarca mucho (tiempo y personajes) y no aprieta nada, se sirve de material de archivo para justificarse como recreación auténtica, pero no traslada un ápice de verdad a sus desvaídas imágenes setenteras pobladas por niños guapos con fusil en la mano, minifalda y pañuelo palestino al cuello.
Si en los sesenta se abrió un debate sobre el cine político entre la opción espectáculo Costa-Gavras (Estado de Sitio, Z) o la opción reflexiva Godard-Fassbinder (La Chinoise, La tercera generación, Alemania en otoño), no queda hoy ninguna duda que el primero se llevó el gato al agua por la vía de la simplificación apta para el consumo rápido. Cuarenta años después, en manos de Uri Edel, la historia y la política valen tanto como el suspense, la ciencia-ficción o una persecución. Será por eso que la película estaba nominada al Oscar.
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