Juana | Crítica de teatro

Historia de un nombre

Aitana Sánchez-Gijón, el pasado sábado en el Gran Teatro.

Aitana Sánchez-Gijón, el pasado sábado en el Gran Teatro. / Laura Martín

Rara es la ocasión en la que nuestro Gran Teatro completa su aforo para ver un espectáculo de danza contemporánea y la compañía Los Dedae ha sido la afortunada en cumplir con esta excepción presentando al público cordobés su espectáculo Juana.

¿Qué tienen en común una papisa, una campesina, una reina, una monja y una sindicalista además del nombre? Este es el punto de partida tomado por Los Dedae, rompiendo barreras de tiempo y espacio para encontrar respuesta al sentido de la vida en femenino.

Para transformar este espectáculo en un montaje atractivo, la compañía madrileña ha contado con la participación de un equipo artístico de primer nivel. Juan Carlos Rubio se hace cargo de una difícil labor combinando multitud de textos para conducirlo dentro de una línea continua sin caer en compartimentaciones.

Excepcional como siempre la escenografía de Curt Allen Wilmer, que para la ocasión da un giro de tuerca más a su creatividad confeccionando una estructura hiperfuncional.

Junto al cuidado vestuario, espacio lumínico y sonoro solo faltaba la profesional idónea que diera vida al grupo de mujeres y han encontrado en Aitana Sánchez-Gijón la perfecta cabeza de cartel que cumple con el reclamo del público, aportando calidad interpretativa al texto y al mismo tiempo siendo solvente con un trabajo físico de gran exigencia.

El cuarteto de bailarines y actores que la acompañan liderados por Chevi Mudaray aporta el peso coreográfico logrando momentos de enorme plasticidad. Como punto menos favorable quizá sea que ante la obvia necesidad de trabajar con lo sugerido, mostrando ideas y conceptos en un lenguaje que usa el cuerpo como transmisor, en ocasiones se redunda y dilata la acción preguntándonos si realmente es necesario que el montaje dure una hora y veinte minutos.

Con Juana el público tiene la oportunidad de descubrir a mujeres luchadoras que vivieron en un mundo siempre difícil al nacer sin órganos masculinos. Ellas no renunciaron a encontrar su propósito de existencia pese al enorme precio que pagaron.

Muchas han sido las mujeres maltratadas en esta historia de manual escrita por un patriarcado que las etiquetó de locas, brujas, adúlteras, desviadas, perversas, malas madres, insolentes y otras descalificaciones necesarias cuando amenazaban con ponerse al nivel de quienes nunca bajaban. Por suerte, nada es eterno. Llegó el momento de subir. ¡Arriba!

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