Garriga Vela enciende la memoria en la novela 'El anorak de Picasso'
El escritor barcelonés presenta en su nuevo libro, publicado por la editorial Candaya, una mirada íntima a su herencia familiar y literaria no exenta de confesiones
Afirmaba Petrarca, en un verso amado por Samuel Beckett: "Quien cuenta su fuego apenas arde". José Antonio Garriga Vela (Barcelona, 1954) ha atravesado sus particulares incendios, ha salido vivo en el empeño y desde que en 1985 publicara Una visión del jardín da testimonio. Si hasta ahora venía articulando en sus novelas sus más hondas emociones y experiencias a través de personajes de ficción, en El anorak de Picasso (Candaya), recién publicado, pone a sus instintos el nombre de Garriga Vela. "La verdad es que me pasan cosas muy curiosas, apenas tengo necesidad de inventarme nada. Pero en este libro me he decidido a contarlas de una manera inequívocamente autobiográfica. Y hacerlo así no ha supuesto para mí un problema añadido. El proceso es el mismo, la escritura es la misma: sencilla, directa, nada rebuscada". El escritor se explica en un céntrico hotel malagueño y se entrega a la conversación con esa misma claridad horaciana.
El mismo Samuel Beckett se inspiró en la anécdota familiar que cuenta Garriga Vela en El anorak de Picasso para un relato. "De ningún modo me sentí abrumado cuando lo supe, sólo constaté que realmente aquella historia era fantástica". A mediados de la década de los 30, el padre de Garriga Vela regentaba una sastrería en el número 38 de la calle Muntaner, en Barcelona. Se trataba de un local emblemático, que había servido de estudio al pintor Santiago Rusiñol y que había acogido numerosas tertulias de los próceres del modernismo (el propio Garriga Vela profundizó en la mitología en torno al lugar en su celebrada novela de 2001 Muntaner, 38). Uno de aquellos días, el sastre Garriga recibió la visita de Picasso, al que reconoció, y al ofrecerle sus servicios el pintor le solicitó un anorak. Tras tomarle las medidas, el padre de nuestro escritor acordó con el artista una fecha para recoger la prenda, pero éste no se presentó. Veinticinco años después, cuando Garriga Vela era un enfermizo niño de cuatro, su madre decidió emprender un viaje a Lourdes para agradecer la superación de una grave dolencia que el pequeño venía arrastrando desde su nacimiento. Su padre, que llevaba el anorak, decidió estirar un poco más la excursión hasta el castillo de Aix-en-Provence en el que vivía Picasso junto a Jacqueline Roque para terminar de cumplir el encargo. Tras recibir tan inesperada visita, el malagueño espetó al sastre: "Dios construyó el mundo en seis días y usted ha necesitado veinticinco años para terminar mi anorak". A lo que respondió el recién llegado: "Pero, señor, mire usted el mundo y mire usted su anorak". Beckett escuchó del propio Picasso esta anécdota y la convirtió en relato. Y ahora, el hijo de aquel sastre ha hecho lo propio, con la ventaja del vínculo. En El anorak de Picasso, Garriga Vela relata además otros episodios propios, familiares y literarios, en textos como El cuarto del contador, donde remata una abrumadora confesión sobre su dedicación literaria y el alumbramiento de novelas como la citada Muntaner, 38, cuyos personajes y rincones vuelven a aflorar aquí ("sólo releí algunos fragmentos, que conste") y Pacífico (2008), que valió al autor el premio Dulce Chacón y el reconocimiento unánime de la crítica. "Escribí esta novela con mucha serenidad, la hice y rehice a gusto, pero los días antes de que saliera a la calle me invadió un profundo terror. No estaba seguro de lo que había hecho. No suelo estarlo. Pero tampoco creo en los escritores que andan seguros de lo que escriben", afirma mientras termina su botella de agua mineral.
En El anorak de Picasso late también la Málaga en la que vive Garriga Vela desde hace décadas, recordada y presente. Y un tono cómplice cercano a la amistad.
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