Filamento de bambú carbonizado

Luz, en un momento del recital.
Luz, en un momento del recital.
Ángel Vázquez

16 de junio 2008 - 05:00

Abril de 1879. Edison, solitario pero entusiasmado, inicia sus investigaciones sobre la luz eléctrica. Menudo plan. A comienzos de los ochenta, una chica tímida pero impulsiva irrumpe en el pop español embutida en look roquero y nadando en un mercado que no estaba preparado para un traje a su medida. Menudo plan. Es tímida, pero sólo cuando habla.

Aún la recuerdo entrando en la emisora de la COPE en Córdoba para presentar su primer single, No aguanto más. Me parece estar viendo su presencia como un fiel retrato de lo que encontré el sábado en el Gran Teatro. Dijérase que apenas había pasado el tiempo para el poso de las esencias que derramó sobre el escenario. Su perfil, tamizado por el pasar de los años, influido por los avatares más diversos, incluso dolorosos, de esos que ahora ya no hay ni por qué mencionar, resultó para mi memoria fiel a aquella primera impresión vertida con espontaneidad hace décadas; ya madura, matizada, altiva y rotunda, pero aún envuelta en el halo de seda que la recubría aquella tarde en Radio Popular.

¿Quieren que la adjetive? Animal de escenario. Fiera contenida. Incontenible. Inocente. Carla Bruni dice en una de sus últimas aún inéditas canciones que a sus cuarenta años y treinta amantes se siente una niña. ¡Qué pegosa! No me importan los años ni los amantes de Luz, pero ella sí que es una niña inocente de verdades a la cara y emociones en las líneas de las manos, atrapadora de sueños, inquietante bruja de frases afiladas cantadas con la teatralidad que merece un público ávido de confesiones para compartir.

Sobriedad. Sarkozy no soportaría que al final no explotaran fuegos de artificio. Toda la banda arrimada al precipicio del patio de butacas, sin fondo apenas para salir corriendo. ¿Salir corriendo? ¿Hacia dónde? No me imagino a Luz huyendo de nada. Negro y blanco. La eterna dicotomía. El necesario doble filo de esa navaja sobre la que todos nos movemos a diario. Nos cortamos, y sangramos, pero ahí seguimos. Como ella. Blanco y negro. Elegante , sin pretensiones. Sin más pretensiones que la inabarcable belleza de su voz. Negro y blanco. Habla al odio y canta al corazón, como un disparo a bocajarro, como un relámpago en la noche. Como aquel filamento de bambú carbonizado que hipnotizó a Edison por unos segundos y le dio la razón. Para siempre.

Un teatro lleno daba la razón a Luz. Lleno y nervioso. Una chica delante de mí aplaudía compulsiva como si le fuera la vida en ello. Butacas llenas y dispuestas a matar por ella. Un largo e intenso aplauso la recibe. Cada cual lo interpreta a su manera. Muchas mujeres. Ella lo sabe y luce su rollo cómplice. A mí puede que me parezca tópico pero… ¿Alguien en su lugar dejaría de hacerlo? Tiene los mejores mimbres para hacer un buen canasto. Y lo hace. Sabe cómo mover las manos. Sabe cómo volcarse sobre sí misma para agradecer los vítores. Sabe de la importancia de una banda segura cualificada, generosa… Da igual que se la interrumpa con aplausos extemporáneos. Suenan canciones de ayer, de antesdeayer, de sabe Dios cuándo…, promete que el aplazamiento de su concierto deparará emociones por partida doble. Y lo cumple. Se extiende. Se desdobla. Se extralimita. Se entrega. La gente se arrodilla. Sucumbe. La besa. La abraza sabiendo que abraza filamentos de bambú carbonizados. Que queman, Que abrasan. Como la vida. Que son Luz. Como la vida. Tóxicos. Como la vida.

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