Fiebre de voces en el espejo de la noche

Foto: José Martínez
Foto: José Martínez
Alfredo Asensi Córdoba

21 de junio 2015 - 05:00

Érase el calor como crepitación del instante, como fecundación primera, como ambigüedad en el límite, como pauta y como inercia. El flamenco es una dimensión de calor en la médula insólita del sentimiento, no hay flamenco sin calor, sin fiebre, sin cláusula de fuegos en la lúdica hora del dejarse llevar hacia el distrito abisal de la emoción. Hubo calor, mucho calor, ayer en Córdoba, calor de termómetros y de cuerpos, de calles y de voces, hubo una fiebre de voces y de cuerpos, de ritmos y de duendes en los espejos insumisos de la noche, hubo una noche blanca y nueva, negra y ancha, enferma de calentura y compás, una inquietud de belleza y verano que recorrió como un veneno cordial, como una serpiente lúbrica y joven, los espacios de la ciudad sobrecogida.

O, sea, La Noche Blanca del Flamenco, entrega octava, con la habitual coreografía de multitudes que colmataron los lugares de la convocatoria, sin que al cierre de esta edición se hubieran producido incidentes reseñables. Marcada por el fallecimiento horas antes de Curro de Utrera, tan vinculado a Córdoba, e inaugurada con el recuerdo a otro grande del flamenco recientemente fenecido, Manuel Molina, que estuvo como artista invitado en la edición de 2013 en el mismo escenario de las Tendillas en el que ayer su hija Alba le rindió homenaje. Un tributo compartido con El Pele, que recitó y cantó una composición propia.

Voz e imagen de Manuel, que toca y canta, y El Pele cómo suena el río entre Córdoba y Sevilla. La alcaldesa, Isabel Ambrosio, no quiso perder foto en esta su primera Noche Blanca y regaló con flores a Alba.

Heterogéneo público en las Tendillas, gente con horchata, niños con gusanitos, amigos haciendo planes, despistados preguntando qué es esto, noche infernal del abanico.

Molina fue hace dos años invitado de El Pele, que ayer volvió a ser el protagonista inaugural, si bien en esta ocasión acompañado por David Peña Dorantes y Farruquito. Con la plaza hasta arriba arrancaron el pianista y el cantaor con Di, di, Ana, del disco del lebrijano Sur, con el refuerzo del contrabajista Francis Posé, el batería Javi Ruibal y Pele Junior a la percusión. Siguió Dorantes con su trío para encadenar Ante el espejo y Sin muros, y en el tercer tema se incorporó Farruquito para bailar por alegrías.

Se fue el bailaor y el grupo acometió Alma, y luego Dorantes con su gente Orobroy. Vino la seguiriya Aliento y Farruquito ("un gitano mu negro", en definición de El Pele) regresó por soleá antes de que el espectáculo terminara con unas bulerías sobre leguas y gañanía. Como remate (la gente el caso es que no pidió más), un poquito por tangos y Vengo del moro. Petardazos de sonido perturbaron la velada y El Puerto hizo su agosto con una simpática barra ad hoc.

Los compases iniciales de la celebración tuvieron también como focos la plaza de la Corredera, donde los alumnos de la Escuela Yo Canto presentaron un espectáculo dirigido por Manuel Ruiz Queco y David Pino, y el patio de la Asociación de Vecinos San Basilio, que acogió el montaje Patio de Morente, dirigido por el cantaor cordobés Matías López El Mati y que supuso un homenaje al cantaor granadino fallecido en 2003 con la puesta en escena de versiones de algunos de los temas más célebres de su carrera. Diez patios del barrio permanecieron abiertos al público entre las 22:00 y las 00:00. Ya en la franja del domingo, junto a la Torre de la Calahorra se desarrolló Asómate del bailaor Daniel Navarro, obra intensa, viva y con sabor a Andalucía y a Córdoba, con guiños a Fosforito, Antonio Mairena, Manolo Caracol y La Niña de los Peines, con música de Juan Requena y José Tomás Jiménez y la colaboración especial de Juan José Amador, Pedro Córdoba, Mara Martínez, Verónica Llavero, Belén de la Quintana, Sergio de Lope y Javier Rabadán.

Más adelante, tres de los platos fuertes de esta octava Noche Blanca, Eterno Camarón en el Compás de San Francisco, con Gema Monge (hija de Camarón de la Isla), el cantaor Pedro El Granaíno, el bailaor Eduardo Guerrero y la bailaora Mercedes de Córdoba, bajo la dirección coreográfica de Javier Latorre, India Martínez en la plaza de la Corredera y Estrella Morente en el Patio de los Naranjos de la Mezquita-Catedral, la madrugada en su dígito femenino y popular. En otra geografía emblemática, la plaza del Potro, Lin Cortés con su Gipsy Evolution.

Para remontar la madrugada, El viaje del mirlo en la plaza de Abades (el diálogo sanguíneo entre el flamenco y la música árabe), David Barrull en la plaza de Jerónimo Páez y, como fin de fiesta, Tomasito en la plaza del Triunfo. Ocho horas en su riego de asombro y sal, su levadura de sur y silencio, su impacto de cuerpos y sombras, su insomnio y su calor.

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