Fantasmas del pasado

El Comité Francia-España exige la ruptura de relaciones con Franco.
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Ignacio F. Garmendia

08 de marzo 2009 - 05:00

Dos hermanos que después del entierro de su padre descubren, entre los papeles que dejó a su muerte, una misteriosa carta que sugiere un secreto indecible. El planteamiento de partida de la cuarta novela de Siri Hustvedt, norteamericana de origen noruego, no resulta en principio demasiado novedoso, pero conforme avanzamos en la lectura los personajes se van adensando, a medida que conocemos sus historias personales, hasta convertir la pesquisa familiar en una trama secundaria. La traducción castellana del título traiciona el sentido del original, porque es de las penas (the sorrows) de un americano de lo que aquí se habla, o para ser más precisos de las penas compartidas por personajes que arrostran como pueden el miedo a la soledad, los secretos inconfesados, las heridas abiertas -ocultas en "cajones escondidos"- que no acaban nunca de cerrar del todo. Sirviéndose de algunas claves autobiográficas, y en particular de las memorias de su padre -que aparecen citadas en cursiva-, la autora plantea una inmersión en los fantasmas del pasado que vuelven o resucitan como presencias turbadoras, personas o episodios de recuerdo imborrable que proyectan sobre los vivos un influjo permanente.

Erik e Inga Davidsen son dos profesionales de prestigio, hijos de un inmigrante noruego que vivió en Minnesota el tiempo de la Gran Depresión y combatió en la Segunda Guerra Mundial. El primero, que ejerce de narrador, es psiquiatra y psicoanalista, se ha divorciado de su mujer y acoge como realquilada a una hermosa mujer de origen jamaicano que vive con su hija pequeña. La segunda es profesora y viuda de un escritor de culto, tiene una hija adolescente traumatizada por el recuerdo del 11-S y afronta el acoso inmisericorde de una periodista que trata de hurgar en las infidelidades de su pasado matrimonio. Desbordado por las fantasías de sus pacientes, Erik se enamora de su inquilina, envuelta en una turbulenta relación con un artista desequilibrado. Por su parte, Inga mantiene un desconcertante affaire con el biógrafo de su marido muerto. Son personas reflexivas que se sienten solas y afrontan la investigación del secreto del padre -que una vez desvelado no parece gran cosa- como una suerte de catarsis emocional en medio del caos actual de sus vidas. La novela evoca la memoria de la inmigración noruega en un contexto actual, muy neoyorkino, pero lo mejor de Hustvedt es su capacidad analítica a la hora de describir caracteres complejos. Es esta capacidad la que logra imponerse sobre el fondo melodramático de la historia, por momentos innecesariamente truculenta, para dejar en el lector un poso de verdad desolada.

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