Orquesta de Córdoba | Crítica

Recuerdos de la vida campestre

Imagen del concierto de la Orquesta de Córdoba.

Imagen del concierto de la Orquesta de Córdoba. / Juan Ayala

Por su carácter sumamente abstracto, cuando la música se une a cualquier otra arte tiende a convertirse en música de fondo.

Era el riesgo que a priori presentaba la propuesta del jueves en el Teatro de la Axerquía. Riesgo, porque podríamos juzgar desproporcionado que decenas de talentosos intérpretes (la Orquesta de Córdoba y su director), dos genios de la composición (Mendelssohn y Beethoven) y un monumento intemporal del arte de los sonidos (la Pastoral) concurrieran en vivo para dar a unas músicas grandiosas sólo ese papel ancilar con respecto a unas imágenes modernas por muy buenas que éstas fueran.

Pero la cosa no fue tan simple y el resultado, si bien no logró eludir en todo momento lo señalado, me pareció sobresaliente y bastante estimulante.

Músico además de fotógrafo, y con amplia experiencia en la unión de músicas e imágenes, Melle alternó con muy buen gusto fragmentos de vídeo (muy pocos) y fotografías de una naturaleza majestuosa; y las proyectó con una sincronía perfecta y unas transiciones llenas de sencillez y elegancia, que subrayaron el deleite de unas versiones magníficas por parte de Domínguez-Nieto y sus músicos.

Los mejores momentos se lograban cuando el discurrir de las imágenes, con diferentes y sutiles recursos, jugaba con las recurrencias transformadas en que se basan las formas musicales. Brillante ejemplo fue el primer movimiento de la sinfonía de Beethoven.

De claro mensaje ecologista, todo el contenido iconográfico buscaba subrayar los desequilibrios que las actividades humanas crean en el resto de la naturaleza. Las imágenes más feas correspondían a la aparición de los hombres: la animada reunión de campesinos del tercer tiempo supuso un contraste hortera de caravanas, enanitos de cerámica y chocantes atracciones de feria. Esas estampas nos impactaron tras el largo momento de poesía bucólica de la escena junto al arroyo, bellísimo en todos los aspectos.

Muy de elogiar la correcta sonorización de la orquesta y el trabajo de todo el personal del Teatro de la Axerquía, minucioso y profesional en pro de la seguridad sanitaria. Sus movimientos también parecían formar parte del espectáculo sobre las añoranzas de la vida campestre y nuestra responsabilidad en los desequilibrios de la vida moderna.

Bajo el cielo estrellado, con el fondo sonoro de las chicharras y del viento contra las lonas del escenario, había sin embargo otra imagen inquietante y nueva de la que todos éramos protagonistas y que contrastaba con la convocación que siempre asociamos a la música en vivo: la imagen que generaban las distancias y las mascarillas.

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