Cine obrero para el Día del Trabajo

De los hermanos Lumière a Ken Loach, el mundo de los trabajadores ha sido una constante en el séptimo arte

Cine obrero para el Día del Trabajo
Cine obrero para el Día del Trabajo
Mateo Sancho Cardiel (Efe)

01 de mayo 2012 - 05:00

Los hermanos Lumière ya filmaron a unos obreros saliendo de una fábrica, y desde entonces hasta ahora el abuso capitalista, las huelgas o el paro han inspirado películas tan conocidas como Las uvas de la ira, Metrópolis, Recursos humanos, Mi nombre es Joe o Los lunes al sol.

En el Día del Trabajo en un año marcado por la crisis, los recortes y despidos, resulta más fácil que nunca empatizar con ese cine obrero que ha renunciado al glamour para profundizar en la preocupación social que provoca ese derecho universal cada vez más vulnerado.

Después de los Lumière, en los albores del séptimo arte, fue la Rusia postrevolucionaria la responsable de crear las primeras obras maestras del cine que miraba al trabajador. Basta la filmografía de Sergei Eisenstein para encontrar una cuantas: La huelga, El acorazado Potemkin u Octubre reivindicaban la fuerza del proletariado unido en la época del cine mudo.

En Alemania, Fritz Lang coronaba su época expresionista con Metrópolis, filme ambientado en el siglo XXI en el que el realizador vaticinaba, sin andar del todo desencaminado, una sociedad mecanizada y privada de libertades, en pos de una oligarquía derrochadora.

Y en Hollywood, sin palabras pero cuando ya existía el sonido, Charles Chaplin se rebelaba contra el progreso y denunciaba la alienación del trabajador en la cadena de montaje en Tiempos modernos.

La Gran Depresión se tradujo en filmes como la comedia esperanzadora Los viajes de Sullivan o Las uvas de la ira, dirigida por John Ford y basada en el libro de John Steinbeck, un análisis de cómo pagan los desmanes de una sociedad derrochadora los que nunca disfrutaron la opulencia.

Aquella película se estrenó en 1940, pero pocos años más tarde cualquier referencia al obrero y sus reivindicaciones sería tabú por vincularse al comunismo, objetivo a perseguir por el Comité de Actividades Antiamericanas durante la caza de brujas.

Herbert J. Biberman fue uno de los realizadores encarcelados durante la misma, pero en 1954 consiguió rodar en Nuevo México La sal de la tierra, película de un realismo cercano al documental considerada hoy una obra maestra sobre las injusticias laborales y el derramamiento de sangre en las protestas obreras.

En la película de Biberman, los protagonistas eran unos mineros, profesión especialmente castigada que también inspiró Odio en las entrañas, de Martin Ritt, o la adaptación de la novela Germinal de Émile Zola, realizada por Claude Berri.

En Francia, Jean-Luc Godard, nombre fundamental de la Nouvelle Vague, se haciendo más radical políticamente y rodó en 1972 Todo va bien, la historia de un matrimonio en crisis que se ve envuelto en una huelga de trabajadores, dilucidando así si la revolución y el amor de pareja son compatibles.

Ya en el siglo XXI, con el auge capitalista y la globalización, Laurent Cantet realizó Recursos humanos, sobre los expedientes de regulación de empleo, y El empleo del tiempo, basada en el caso de un hombre que se suicidó tras ocultar a su familia durante meses que había sido despedido del trabajo.

Esa temática, tratada de tema más cómica y desembocando en un stiptease, es la misma que planteó Full Monty, de Peter Cattaneo, película que fue un taquillazo mundial con un presupuesto ridículo. Pero el cineasta obrero británico por excelencia es Ken Loach, consagrado artísticamente a analizar las consecuencias del thatcherismo.

De toda su filmografía, quizá Mi nombre es Joe es la más obrera de sus propuestas, aunque también hay títulos como En un mundo libre, Lloviendo piedras o Pan y rosas.

Primero para Broadway y luego para Hollywood, David Mamet diseccionó la crueldad empresarial destinada a forzar la competitividad entre trabajadores en Glengarry Glen Ross, un tema que permitió a Lars von Trier hacer su única comedia, El jefe de todo esto, en la que una empresa contrata a un actor para despedir a los trabajadores.

Y, finalmente, en España Fernando León alcanzó la culminación de su carrera con Los lunes al sol, el retrato desgarrador de supervivencia y dignidad de un grupo de parados tras el cierre de unos astilleros en Vigo.

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