Canito, el fotógrafo centenario que vio morir a Manolete

Memoria fotográfica del último siglo, Francisco Cano desempeñó diversos oficios antes de coger la cámara Estuvo en Linares en la fatídica tarde

Canito, ayer, en la celebración de su cumpleaños.
Canito, ayer, en la celebración de su cumpleaños.
Efe / El Día Valencia / Córdoba

19 de diciembre 2012 - 05:00

Sus ojos están agotados, pero aún inventan 20 fotos al día. Cayó por casualidad detrás de una cámara después de probar suerte en otros oficios y logró construir un mito adornado por Hollywood y encumbrado por la muerte de Manolete, una tragedia que su objetivo captó en exclusiva. Francisco Cano Canito, el decano de los fotógrafos taurinos, cumplió ayer un siglo, y lo hizo con una pequeña cámara digital colgada del cuello y una película biográfica en ciernes que se titulará Maestro Cano. 100 años de historias.

"Cien velas no, por Dios, mejor una por cada diez", sugirió a los amigos y periodistas que le acompañaron ayer en Valencia para celebrar su nacimiento -en Alicante, el 18 de diciembre de 1912- y su obra, marcada, aunque le duela, por una cornada mortal que registró en la plaza de Linares el 28 de agosto de 1947.

"Ya me has matado", recuerda con tristeza al escuchar la pregunta que más teme y que más veces le han hecho a lo largo de su vida, la referida a la muerte de Manolete.

"Fui a Linares por culpa de Luis Miguel Dominguín. Me debía un dinero por un trabajo y me dijo: 'Ven conmigo y allí te pago'. Si llego a decir que no, hoy no habría foto de la muerte de Manolete", indicó Canito.

Aquella tarde elevó su nombre a la esfera del reconocimiento internacional, pero él se niega a reducir su trabajo a un instante de muerte. "Yo ya tenía una categoría", defiende.

Antes que fotógrafo fue boxeador, ciclista, nadador y torero, y fueron sus lances en el ruedo y su amor por la tauromaquia los que le proveyeron de una visión distinta al resto de profesionales: su mejor "secreto". Hijo de Vicente Cano, que actuó de novillero con el apodo Rejillas, Canito intentó ser boxeador dentro del peso mosca y llegó a tirarse al ruedo de Alicante como espontáneo en una novillada: fue a parar al calabozo. Debutó como sobresaliente pero acabó dejando los toros y decidió dedicarse a la fotografía.

"Mi obra es buena porque yo conocía el ruedo, porque fui profesional. Había mejores fotógrafos que yo, pero no tenían ni idea de lo que era el toreo. Yo sí, y sabía sacar el momento justo", señaló con orgullo.

Los matadores advirtieron esta cualidad y comenzaron a reclamar su cámara. Su carrera se consolidó y, de la mano de Dominguín, entró en un mundo de estrellas de Hollywood y famosos escritores a quienes retrató a cambio de una porción de amistad.

"Recuerdo mucho a Ava Gardner, a Gary Cooper, a Orson Welles, a Hemingway... He vivido con estos señores una vida muy bonita y estoy muy orgulloso de haber conservado sus amistades", recuerda.

Ahora, con aquella época en blanco y negro colgada en centenares de paredes y receloso de la prohibición de los toros en Cataluña, afronta la fase final de un proyecto cinematográfico dedicado a su vida.

La película, dirigida por Alberto González e Ignacio Estrela, recorre junto a su protagonista los principales ruedos de España y de Sudamérica. En todos ellos hay una anécdota de su encuadre y de su particular forma de vivir.

Son ya 100 años, pero entre sus planes no figura cortar la cinta que le une a su cámara. "Me mantiene la ilusión por mi trabajo, sigo haciendo muchas fotografías al día, lo amo. Por cien años más", brinda Canito, dueño de un archivo excepcional. Memoria del último siglo.

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