Emocionante y merecido, el premio en el Salón de Barcelona a Arzak. El vigilante, álbum del finado Moebius, dejó sin galardón al que era mi favorito en la quiniela, esa obra maestra llamada Frank. El trabajo de Jim Woodring (Los Ángeles, 1952) significa para el tiempo actual lo que en la década de los 70 significaron poéticas como la del propio Moebius, esto es, una apuesta por la libertad creativa, la voluntad de colonizar nuevos territorios de la imaginación con descaro y brillantez, y un rechazo absoluto de las fórmulas preestablecidas.

Frank es un bocado sabroso, quizá demasiado, y, por lo mismo, no apto para según quién. O al menos no apto de primeras, que el paladar también se educa con la costumbre y acaba uno adorando hasta el pescado crudo. Lo que quiero decir es que la fantasía de Woodring es personalísima y no está adulterada con conservantes ni edulcorantes. Su universo, más irreal que surreal, posee la consistencia de los objetos traídos del Nuevo Mundo: son raros, son distintos, Majestad, las Indias existen.

No seré yo quien ponga en duda que se dé un premio al creador de Blueberry y El garaje hermético, mayúsculo donde los haya habido, me limito a constatar que lo de Woodring no es de este mundo, o, mejor dicho, que no lo era hasta que él lo fabricó, y vale su peso en oro. Somos además afortunados de que la irredenta saga de Frank haya caído en el catálogo de Fulgencio Pimentel, y es que así podemos solazarnos el doble con estas hechuras también de autor. Así, nos llega ahora otra noticia del cosmos woodringiano, Filigranas del clima, segundo volumen de Frank publicado en nuestro país y primera novela gráfica del angelino. El protagonista es ahora Manhog, "híbrido abominable de humana ambivalencia y porcinos apetitos", que sufre lo contrario de una indigestión y se transforma en lo mejor de sí mismo. Para luego caer, como sucede siempre, hasta a los más grandes.

Jim Woodring. Fulgencio Pimentel. 112 páginas. 23 euros.