Crítica de Teatro

Absurda realidad

Fernando Tejero (centro), en una escena de 'La cantante calva', el pasado miércoles en el Gran Teatro.

Fernando Tejero (centro), en una escena de 'La cantante calva', el pasado miércoles en el Gran Teatro. / jordi vidal

Nada mejor que ver una representación teatral para romper con la rutina navideña plagada de atracones. Así lo entendió un nutrido público que el pasado miércoles completó el aforo del Gran Teatro para ver La cantante calva del genial dramaturgo Eugène Ionesco.

La obra gira en torno a una cena que se va a celebrar en casa del matrimonio Smith y a la cual invitan a otra pareja, los Martin. Ante la aparente normalidad del acontecimiento nos encontramos con personajes totalmente desconectadas del mundo: los parlamentos vacíos y acciones repetitivas de los Smith carecen de intención comunicativa; los Martin no se reconocen entre sí a pesar de vivir juntos, dormir en la misma cama y tener una hija en común. Cuando ambas parejas se reúnen en el salón, un silencio incómodo se apodera de la estancia que solo se rompe con las intervenciones de la criada y el jefe de bomberos, únicos papeles de la obra que en su calidad de personas al servicio de los demás son capaces de transmitir sus deseos e intenciones, aunque tampoco tienen mucho sentido. Conforme pasa el tiempo la acción se transforma en una sucesión de diálogos inconexos que desembocan en la escena inicial de la obra con el matrimonio Martín interpretando a los Smith.

Luis Luque firma una dirección sencilla, privilegiando el texto y manteniéndose en los márgenes mesurados de la comedia sin caer en excesos estridentes. Para tal propósito ha contado con un reparto de lujo que ha sabido plasmar sobre las tablas su idea. Los tándem Adriana Ozores-Joaquín Climent (los Smith) y Carmen Ruiz-Fernando Tejero (los Martin) entretienen y divierten en cada una de sus intervenciones gracias a su vis cómica y amplia experiencia. Helena Lanza y Javier Pereira ofrecen a sus papeles el toque enérgico, desenfadado y algo alocado que sirve de revulsivo para el resto de integrantes. Todo ello unido a los elementos y el apoyo visual y sonoro cierra una puesta en escena brillante que el público apreció y agradeció con su extendido aplauso al finalizar la función.

Mucho tiempo ha transcurrido desde aquel 11 de mayo de 1950 en el Théatre des Noctambules de París donde un desconocido autor de apellido rumano estrenara su primera obra cuyo título alude a un personaje que nunca aparece y solo se nombra una vez a lo largo de toda la representación. Ante tanto cúmulo de situaciones desconcertantes, seguramente muy pocas de las personas que asistieron aquella noche al estreno auguraron un próspero futuro al novel dramaturgo.

Sin embargo, y afortunadamente, el caprichoso destino no les dio razón y La cantante calva se convirtió en la primera de una dilatada lista de obras que ensalzaron a Eugène Ionesco como uno de los escritores más importantes de la historia del teatro contemporáneo. Su habilidad para mostrar lo ridículo que puede ser la existencia humana continúa siendo un espejo útil al que nos podemos seguir mirando.

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