El Monkey Week arranca huyendo del victimismo y reivindicando a los autores
Rock Festival de música independiente en El Puerto
Las primeras conferencias y la presencia de profesionales demuestran que el negocio de la música sigue vivo al margen de la gran industria · Los periodistas musicales subrayan el regreso de los jóvenes al vinilo, al objeto de fetiche
"No nos engañemos. A la prensa nunca le ha importado lo más mínimo la música". Caramba, lo dice Julio Rey, creador del mítico programa Disco Grande, y que acaba de emitir desde el teatro Muñoz Seca para Radio 3 su pieza diaria. "Desde el Monkey, en el teatro Muñoz Seca de El Puerto, Radio 3". En serio, hay tipos de Langreo que han escuchado eso, hay tipos de Deusto que se acaban de enterar de que en El Puerto se celebra uno de los mayores festivales de música independiente del país. Lo ha dicho Julio Rey, que también ha dicho que a la prensa nunca le ha importado un rábano la música. Posiblemente tenga razón. Ahí van dos páginas. Son las cosas que consigue el Monkey.
Dos momentos en horas muy poco rocanroleras, uno a las tres y media y otro a las seis y media, ambas de la tarde. Tres y media, junto al castillo, en la plaza Alfonso X el Sabio. Un grupo que busca sello discográfico toca ante la plaza vacía, les escuchan los de la barra de chapa de Cruzcampo y tampoco mucho. Se llaman Find Winds y, de verdad, no son malos (por si lee esto alguna discográfica). Pero en su soledad renuncian, aparcan su guitarra y su batería y, supongo, se van a tomar un vaso. Los de la barra de la chapa siguen a lo suyo. El de sonido pincha algo de música. Sólo hay rulando por ahí un par de colgados, dos policías y éste que les habla. Se elevan sobre la mortecina tarde las notas del himno de glam de Marc Bolan en sus años de T-Rex. Está sonando Children of the revolution. Eso, exactamente eso, es la música. Tiene esa capacidad evocadora para que una emoción nazca en el estómago en una plaza socarrada por el sol, vacía, sin ninguna otra cosa que hacer que dejarte mecer por esos chicos de no sé qué revolución, probablemente de ninguna a la vista de cómo están las cosas.
Momento 2. Seis y media, dijimos, en un lugar coqueto llamado el Barsito, a las espaldas de la ribera. Abres una puerta y el garito está a reventar de gente. Sales fuera para asegurarte. ¿Seis y media de la tarde? Sí, correcto. Vuelves a entrar. ¿Tres y media de la madrugada? La gente bota desenfrenada al ritmo del rockabilly de un grupo local llamado Lavaviejos. Ellos tienen restos de tupé sobre sus cabezas y ella va perfectamente acompasada en la indumentaria. Es divertido. Es hora de pedir un café fuera, pero dentro el cuerpo pide una cerveza. Cuando emerge como una santa de las aguas Fever, que la chica canta estupendamente, de manera aterciopelada, suave, insinuante como debe ser esa pieza que habla de la temperatura gobernada por los vientres. Por segunda vez, de manera inesperada, la música se revela como lo que es, "algo inevitable", como dijo Pablo Gil, artífice de las páginas de música de El Mundo en su suplemento La Luna, en una de las conferencias del día.
Y es que este muerto está muy vivo. En la presentación del festival, el alcalde de El Puerto, Enrique Moresco, confiaba en ello. Se mostró orgulloso de acoger un festival de estas características y le deseó años de singladura, lo que sería una buena noticia para la ciudad y para la música.
A la espera de conocer el público que va a arrastrar la propuesta de este festival que se desparrama por toda la ciudad, que apuesta por la creación, por lo que palpita ahora mismo, el éxito es total en la presencia de profesionales. Hay centenares de pequeños negocios que afloran con la música, que van desde la tecnología a Chapas.com, una firma que crea camisetas con lemas tan inteligentes como éste que veo en uno de los 32 stands del teatro: "mejor ser mala que tonta". Decenas de pequeños medios, de blogs, de gente unida a la música, pulula con sus pantalones caídos, sus camisetas negras, sus pelos como les da la gana. Creen en esto.
Ignacio Juliá, creador de la revista Ruta 66, que enseñó a muchos cuarentones de hoy que eran jóvenes hace veinte años dónde estaba el buen rock & roll, puso el poso nostálgico: "Hemos perdido el fetiche. Yo ahorraba todo el mes para viajar a París y comprarme el tercer disco de la Velvet". "Joé, con lo que te costaba ya te podía gustar el disco". "Lo que quiero dec ir es que si tú entras en internet y escuchas una canción lo que estás obteniendo es información; si tú tienes el disco, un buen disco, a ser posible vinilo, algo que los marcianos dentro de mil años podrán oír, y no un cedé, lo que tienes es una obra de arte. Y es tuyo". "Por eso los jóvenes regresan a él", razona Pablo Gil.
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