Un lobo con piel de gestor
El tercer lehendakari de la democracia y quinto de la historia del Gobierno vasco admite que es terco y, textualmente, que puede llegar a ser todo un pelma, lo que explica su decisión de volver a optar a la reelección tras diez años en el poder pese a su rosario de fracasos con su raca-raca soberanista, que se ha caído como quien no quiere la cosa de sus discursos de campaña a mayor gloria de asuntos más terrenales como la vivienda o el paro, aunque hacerse ilusiones de que el PNV ha desterrado su política excluyente parece cosa pueril, que no en vano lleva Juan José Ibarretxe ocho años dando la matraca con eso de sacudirse el yugo del Estado español para lograr la purificación del alma abertzale y que la "galaxia vasca" salga del agujero negro.
Plan Ibarretxe, Estado libre asociado, ley de consulta... El mantra ultranacionalista volvió a retumbar una vez repuesto del patinazo de esa entente con ETA-Batasuna del Pacto de Estella/Lizarra con el que había empezado a degustar en 1998 las mieles del poder. El PNV se encontró en 2001 con el caramelo del binomio entre el socialista Nicolás Redondo Terreros y el popular Jaime Mayor Oreja, una pinza que fortaleció el voto vasquista y llevó a la candidatura peneuvista a pulverizar su techo electoral con 33 escaños. A partir de ahí, los proyectos independentistas y, por tanto, excluyentes para los vascos que no reniegan de Madrid -la sinécdoque favorita de los nacionalistas para denominar todo lo que huela a español- se han sucedido machacona y contumazmente antes de ser triturados por la legalidad.
Pero el monopolio de su discurso ha cambiado de acera y Juan José Ibarretxe (Llodio, 15-III-1957) ha dejado de ser un sosias de Johnny Rottem (Sex Pistols) para convertirse en una especie de Julio Iglesias, en un clasicorro revenido que ha cambiado las tachuelas y los pelos de punta de los ardides independentistas ilegales por los trajes de alpaca y la gomina del gestor responsable. La verdad es que ese traje de administrador queda muy resultón y que en este terreno le da sopas con onda a Patxi López, el único que puede colocar un camión de mudanzas en la puerta de Ajuria Enea. Porque si algo le sobra es experiencia con los números, toda la que falta al candidato socialista. Ibarretxe ya era alcalde de su pueblo a los 30 años y tres antes ya ocupaba un escaño en el Parlamento de Vitoria. Allí se fogueó en la Comisión de Economía (1986-1994), cargo que compatibilizó con la de las Juntas Generales de Álava. El lehendakari Ardanza confió en él y le incluyó en 1995 en su Gabinete como número dos y consejero de Hacienda, una especie de Pedro Solbes a la vasca. Brilló como hábil negociador del Concierto Económico y su imparable trayectoria fue bendecida por la Asamblea del PNV en marzo de 1998 al nombrarle candidato a la presidencia del Gobierno vasco. No defraudó.
Ibarretxe, de la cuerda de Xabier Arzalluz, luego tuvo que repartirse con Josu Jon Imaz el timón del partido tras la derrota de Joseba Egibar en la peliaguda lucha por la dirección del Euskadi Buru Batzar, la presidencia del PNV. Una bicefalia, la de Imaz-Ibarretxe, que acabó con la espantada del primero, que se echó en los brazos de Petronor, lo que dio cancha al gris Íñigo Urkullu, que también ha tenido sus más y menos con el lehendakari.
Pero que nadie lo dude: el gran referente del nacionalismo sigue siendo Ibarretxe, que se ha guardado en un cajón sus obsesiones identitarias, lo que agrada al sector pactista del PNV, da aire a las velas de Eusko Alkartasuna -que ha decidido concurrir esta vez en solitario a las urnas- y enfurece a la izquierda abertzale, que le reprocha su escaso afán en defender las listas ilegalizadas y en mantener esa consulta fantasmal que prohibió en septiembre el Tribunal Constitucional.
La animadversión que se profesan el PNV y los batasunos es sincera pero a la hora de la verdad los bertzolaris del terror siempre han apoyado a Ibarretxe, que ya perdió 150.000 votos en 2005 y que ahora que no puede contar con los siniestros se teme un siniestro total.
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