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Ocho años han transcurrido ya desde que Alberto de Mónaco y Charlene Wittstock se dieron el 'sí, quiero' en dos ceremonias , una civil celebrada el 1 de julio de 2011, y otra religiosa el día 2, celebradas ambas en el Principado y bajo la atenta mirada de los medios de comunicación de todo el mundo. Un enlace protagonizado por la tristeza y melancolía de la novia, una Charlene bellísima vestida de Dior pero con cara de estar bajo gran presión o nerviosismo.
La ex nadadora sudafricana tuvo que renunciar a su fe protestante para convertirse al catolicismo y así poder casarse con su príncipe. Además, aprendió francés, historia de Mónaco y de protocolo, clases, estas últimas que le impartieron el chambelán de palacio y Virginia Gallie, la dama de honor de Carolina. Su boda religiosa se celebró un día después de su enlace civil. Una unión que sellaron con un romántico beso en el balcón de palacio ante la atenta mirada de los monegascos. Pero lo que se debería recordarse como un día especial y alegre, al echar la vista atrás, en el imaginario colectivo está grabada la imagen de la novia, a la que apodaron "la más triste de la realeza".
En una de las imágenes tras el oficio religioso, Charlene salía de la iglesia del brazo de su marido, sin poder contener las lágrimas. Durante toda la ceremonia, que se llevó a cabo en el patio de honor de palacio de los Grimaldi, su rostro reflejó una inmensa tristeza. Algunos medios publicaron que había estado a punto de ser una novia a la fuga, ya que el día anterior a la boda trató de escapar del Principado. El príncipe Alberto lo ha desmentido posteriormente en varias entrevistas.
A ello hay que sumarle que los recién casados, que viajaron a Sudáfrica para disfrutar de su luna de miel, se hospedaron en hoteles distintos, algo cuanto menos sorprendente en una pareja que acaba de contraer nupcias. Aunque alegaron motivos de seguridad, de nuevo se vio un indicio de rareza matrimonial. Además, el hecho de que Charlene apenas tuviera agenda oficial, algo que ahora ya vemos con normalidad, y que cuando apareciera lo hiciera con semblante decaído, provocó que muchos pensaran que algo se estaba cociendo en palacio.
Charlene se mostró triste, fría y distante en su boda. La ex nadadora parecía estar en un funeral en vez de en su propio enlace. Sus lágrimas no parecían de felicidad sino de pena. No obstante, su amor se ha mantenido a flote con el paso de los años, y el 10 de diciembre de 2014 nacieron sus hijos, los mellizos Jacques y Gabriella. Los pequeños fueron presentados en sociedad el 7 de enero de 2015, con la tradicional salida al balcón del Palacio Grimaldi. También existen rumores de que la pareja vive separada; él, en Mónaco, ella en Francia. Cada pareja es un mundo y quizás ellos han encontrado la forma de ser felices así.
El matrimonio de Alberto de Mónaco y Charlene ha estado cuestionado desde el minuto cero, desde antes incluso de casarse. Según publicaron medios franceses en junio de 2011, cuando la sudafricana accedió a casarse con el soberano monegasco, se vio obligada a firmar un contrato nupcial en el que se exigía que debía darle al menos un heredero y pasar cinco años casada hasta poder optar al divorcio. Este duro contrato venció el 1 de julio de 2016 y, tres años después, vemos que la princesa sigue al lado de su marido, lo que lleva a pensar que quizás no sean ciertas todas las polémicas que han sobrevolado sobre la pareja estos últimos años.
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