De la calle al postre

Estos fueron los helados y polos que marcaron nuestras vidas

Un buen corte de helado de la barra pertinente

Un buen corte de helado de la barra pertinente

Hemos cambiado la relación de los helados con los años. Los industriales tuvieron su esplendor entre los 70 y 80. Entre el Colajet y el Frac (el Magnum). Con el Drácula, el Frigurón, el Nifti, el Twister y el Calippo (flag de luxe) como escalones de productos revolucionarios. El helado sobre todo se comía en la calle, en la playa o en la plazoleta, y para eso había que ir al quiosco de la marca de turno, estratégicamente dispuestos por las millas de oro de las vacaciones locales.

Los quioscos, templos del verano y de los niños descalzos que se quemaban con las losas del paseo marítimo, pasaron a mejor vida, cuando los polos dejaron de ser estacionales, un negocio de meses. El consumo creció en las casas y en los meses de temperaturas bajas porque los helados que se vendían individualmente se encontraban en paquetes en el supermercado.

Rechupetear los palos por la acera perdió misterio. A cambio se revalorizaron las heladerías (más o menos) artesanales con el intenso debate de si degustar los sabores cada vez más raros y llenos de toppings entre el cucurucho y la tarrina. Si la heladería no está a mano, se echa mano del recurso del súper, a precios tirados.

Antes de que las tarrinas de litro y más colapsaran los congeladores (que alcanzan -27 grados cuando los helados como mucho necesitan unos -15, sí, los maltratamos en exceso en casa) el formato casero era el bloque. Bloques o barras de un gusto (con el favorito de las madres, de turrón), de dos (nata-fresa, vainilla-chocolate), y de tres, que no sabe a nada. A día de hoy sobreviven bloques cuneros por tiendas de chucherías, pero las primeras marcas competían por la simpatía familiar con este formato, que se adquiría con las pertinentes obleas para hacer los cortes en la mesa del comedor. Cortes de tres dedos para pelearse con ellos, no como los cortes de un dedito, el dedo roñoso de la niña (o niño) del quiosco.

Cartel de Postres Camy a finales de los 70 Cartel de Postres Camy a finales de los 70

Cartel de Postres Camy a finales de los 70

A finales de 70 la firma Camy, Nestlé, en su cartel de postres helados para casa, el de arriba, hizo convivir en su muestrario todas las tendencias posibles del pasado y futuro del helado industrial. Estaba el bloque (125 pesetas por entonces, 4 euros al cambio de ahora), la versión más presentable del bloque, el Camy 500, y la tarrina de litro, más cara y de más calidad que la dichosa barra. Y en tartas, el bizcocho enrollado, el crocanti redondo y la tarta al whisky o de crema tostada, todos ellos monumentos del postre viejuno.

A ellos se sumaría entrados los 80 la Vienetta, que todo el mundo optó por su primera denominación, Comtessa, que es condesa en catalán, cuando el pujolismo planeaba su futuro golpe. Los helados en casa reflejan lo que fuimos y lo que dejamos de ser.

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