HUMAN FLOWERS OF FLESH | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

Algas mecidas por el mar

La hermosa, aventurera y libre película de Helena Wittmann.

La hermosa, aventurera y libre película de Helena Wittmann.

Es sumamente fácil enamorarse del cine de Helena Wittmann. El descubrimiento de su película Drift (2017) supuso una pequeña conmoción en un panorama como el contemporáneo falto de nuevas miradas capaces de dialogar con las grandes voces femeninas de la modernidad cinematográfica o de tender puentes entre el cine narrativo y el cine experimental. Wittmann, a pesar de su juventud y aún escasa obra, demostró sobradamente su magisterio en esa ópera prima que colocaba al océano como sisma narrativo y visual, al mismo tiempo que como metafórico útero en la relación transcontinental de dos mujeres.

La cineasta prolonga nuestro idilio con sus formas visuales y estructuras narrativas en esta Human flowers of flesh, una cinta que tiene de nuevo al mar como protagonista estelar, aunque ahora el dúo se abra al rondo para luego perderse gozosamente en una fuga que culmina en el reencuentro con el resucitado legionario Galloup (Denis Lavant) de la magistral Beau travail (1999). Human flowers of flesh es un filme que se adentra menos en la experimentación que Drift (no tiene ese gran bloque central donde la abstracción y mutaciones de la pura forma marítima  devoraba el relato), pero que sigue siendo sugerente, derivativo y absolutamente abierto a la exploración de motivos sensoriales que riman con el agua, con la génesis de la vida (asombroso el sueño del miembro de la tripulación con esas imágenes de la microfauna marina).

Si en Drift el diálogo de Wittmann llegaba a establecerse con el cine de Chantal Akerman y con la imagen-tiempo deleuziana, ahora lo hace con el de Claire Denis (y en lo literario con Melville e incluso con la Duras de Le marin de Gibraltar), lo que confirma el buen gusto de la autora. La mencionada Beau travail le sirve aquí paradójicamente de ancla, de puerto de atraque argumental donde dejar finalmente que su película toque tierra firme y descanse durante unas horas antes de volver a lanzarse al líquido amniótico oceánico que nos engendró a todos y que deja su cine suspendido en permanente trance.