LA BESTIA EN LA JUNGLA | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

A la espera de lo innombrable

Patric Chiha hace una adaptación libérrima de 'La bestia en la jungla', la novela corta de Henry James.

Patric Chiha hace una adaptación libérrima de 'La bestia en la jungla', la novela corta de Henry James.

Apuesta de moderado riesgo la de Patric Chiha en esta La bestia en la jungla, que adapta la novela corta de Henry James del mismo título; una obra que reflexionaba sobre la dicotomía compromiso/huida en una relación amorosa a partir del tiempo suspendido en la espera de ese revelador encuentro que ilumina una existencia. Hablaba de apuesta de moderado riesgo, pero no exenta de él, porque aunque Chiha sepa en todo momento desde dónde parte y hacia dónde se dirige, no siempre, como suele ocurrir con las tentaciones nocturnas, se rodea de los mejores compañeros de viaje.

Ya de entrada el binomio que forman la siempre blandita Anaïs Demoustier y el otrora volcánico (aunque aquí muy contenido) Tom Mercier podía haber salido mal, no es el caso, y sin duda habrá que colocarle este éxito en su haber. El segundo riesgo convertido en acierto es el de llevarse la historia de James al espacio cerrado de una discoteca por la que pasan las décadas como si fuera una especie de huis clos apartado del mundo, y suspendido en el tiempo, pero no inmune a sus amenazas (el SIDA y el despoblamiento paulatino de la sala de fiestas). En tercer lugar las influencias cinematográficas: las mejores probablemente sean las del Demy confesional, o sea con la vena queer subida, adaptando Orfeo en Parking, lo que nos lleva irremediablemente, también en la cinta de Chiha, a Cocteau, con sus médiums (Dalle y Cabanas), umbrales y juegos de espejos; y las peores las del cine de Yann Gonzalez, colegas y allegados de la noche. Y por último, y tal vez su triunfo más importante (también el que otorga espesor dramático, vuelo lírico y dota de sentido último a la obra), es el haber sabido callarse y no encerrar nunca en una palabra ese fuego maldito y arrebatador que salva o condena una vida, y por el que los poetas románticos quisieron irse a la tumba.