Tras curtirse como realizadora en el cortometraje, satisface descubrir que el primer largo de Ruiz de Azúa cuenta las mismas virtudes que ya se apuntaba en aquellos. A saber: un guión cuidadosamente estructurado, personajes definidos al mínimo detalle y una delicada dirección de actores.
A Cinco lobitos contribuye además un reparto en estado de gracia: cualquier secuencia compartida entre el trío protagonista de Amaia (Laia Costa), Begoña (Susi Sánchez) y Koldo (Ramón Barea) regala una verdad difícil de contestar.
La empresa además no era fácil a priori porque mucho y mal se ha escrito de la abrupta transición de la postadolescencia a la madurez que supone en estos días tener un hijo. Amaia y Javi no tardan en descubrir que su decoradísimo loft de dos alturas en el centro de Madrid no cumple con los requisitos mínimos para incorporar un bebé a la rutina cotidiana, como le sucedió a Vir y Lluís en Los días que vendrán (2019).
Ambos son además esclavos de su tiempo: Javi itinera con una compañía de teatro que no puede afrontar una baja por paternidad; y Amaia continúa escuchando a sus 35 años que no debe rechazar encargos que supondrían “una muy buena oportunidad”. “Lo queréis todo”, le reprocha su madre.
Sin ánimo de discutir y derrotada en primer round por la maternidad, Amaia decide poner rumbo a casa de sus padres, donde espera ser atendida. Esta vuelta al origen dará pie a un colapso que Ruiz de Azúa presenta con un excelso manejo de cámara, subtramas y sentimientos.
Con el paso de los días, las aspiraciones personales se diluyen en algo mucho más poderoso -por imponderable- como es la necesidad del prójimo, sea este padre, madre o hija. Y esa transición apuntillará el proceso impostergable de Amaia. “No sé que estoy haciendo”, se lamenta en un momento. “Lo que puedes”, tercia su madre. Como todos.
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