Pedro Sánchez reacciona a la intervención de Alberto Núñez Feijóo en el pleno del Senado del pasado 25 de abril.

Pedro Sánchez reacciona a la intervención de Alberto Núñez Feijóo en el pleno del Senado del pasado 25 de abril. / Kiko Huesca / Efe

El inicio de la campaña electoral se ha convertido en un acto simbólico prescindible. Es la constatación de que vivimos en una campaña permanente. No hay líneas rojas: todas se cruzan y además desde las instituciones, convertidas en amplificadoras de promesas electorales. Pedro Sánchez, singularmente, vive en una inflamación permanente de promesas. Ha cogido carrerilla y ya no para. Anuncio el domingo en el mitin del partido y ratificación en Consejo de ministros el martes. Los presidentes autonómicos y alcaldes repiten el mismo patrón, aunque con menor sonoridad y presupuesto. No hay freno ni pudor. En esto de los límites de la campaña, como en la publicación de encuestas, la ley electoral vive en un desfase irreversible. Está bien que la ley vele por los ciudadanos y limite, siquiera tenuemente, el aluvión declarativo y la inflación de mítines y entrevistas electorales, pero, por lo demás, hace meses que estamos inmersos en un maratón semejante al de la campaña oficial aunque no lleve tal nombre.

El olor a cola

De aquellas noches de inicio de campaña míticas de los ochenta, en las que los líderes aún se manchaban las manos de cola para pegar carteles y la militancia profesaba una fe política inquebrantable por sus colores, hemos pasado al big data, la microsegmentación del mensaje por canales, la vídeopolítica, los escáneres ópticos digitales para emitir el voto (en Mongolia, por ejemplo), las apps , las fakes news y el juego sucio que se practica con la mano izquierda, como dicen en Latinoamérica. De alguna forma, la irrupción digital en las campañas recomienda revisar algunas normas electorales.Los mensajes de los políticos en las décadas fundacionales de la democracia eran telúricos, imperfectos por auténticos, los lanzaban con convencimiento, no había teleprompters en los actos y los asesores políticos –los campañólogos– aún no habían convertido las campañas en un juego perfectamente estudiado, con todo calculado y apostándole más al error del contrario que a la fortaleza del propio candidato. Hoy los tapan, los hiperprotegen y si llega el caso niegan con tan poca vergüenza como haga falta el error cometido. Siempre están los periodistas y las redes para culparlos de la mala interpretación de cualquier dislate. Hubo un tiempo en el que los discursos eran sanguíneos, hoy son de madera. Aunque parezca un juego de palabras: el líder tenía mucho que decir en lo que decía. Hoy les dan el batido de proteína electoral diario. Bien batido y con los ingredientes oportunos. ¿Hay excepciones? Al máximo nivel muy pocas. Algún político que maneja mejor la elocuencia que los demás y enhebra frases con personalidad y bien construidas, incluyendo alguna subordinada brillante, aunque sin salirse del guion; el resto, discursos de quita y pon, intercambiables: vivimos un adocenamiento discursivo puro y duro. Charletas inflamadas de argumentario y consigna. Impostura y dignidad aparente. Quincalla perfectamente prescindible. No hay ni fondo ni emoción. Solo baterías de titulares destinados a morir inmediatamente. De lo menos que se despacha en la oratoria política.

El sanchismo contra los anti sanchistas

Lo más importante de la campaña, con todo, no son los aspectos formales. Este primer round del largo camino electoral –que se prolongará durante 2024 con las vascas, las gallegas y las europeas– nos va a dejar un primer test, serio y fiable, sobre lo que puede ocurrir en las generales a finales de año. Pedro Sánchez y Feijóo se han puesto de acuerdo en hacer un plebiscito sobre el presidente el 28 de mayo. Sánchez ha decidido poner su cuerpo por delante aglutinando odios y amores y patrimonializando los éxitos de un gobierno de coalición. Y Feijóo ha proclamado que de lo que estamos hablando es de acabar con “el sanchismo”, una expresión que aun sin aclaraciones explícitas por parte de Génova entendemos que supone acabar con un presidente que consideran ilegítimo, con unos pactos con UP, independentistas y abertzales que representan un delito de traición y poner fin a una serie de políticas sociales y económicas que no son las preferidas de “las gentes de bien” según feliz y denotativa expresión de Feijoo.

¿España está mejor o peor que hace cuatro años?Ese cuerpo a cuerpo del bien contra el mal desdibuja la idea clásica de chequear la gestión. Ya no se responde a la pregunta de si España está mejor o peor que hace cuatro años. O si su ciudad ha mejorado o empeorado durante el último mandato municipal, aunque la política local aún conserva margen para hablar de los problemas del día a día de sus habitantes aun sin librarse de la contaminación nacional. Ahora el poder se disputa en otros territorios, sin la finura y la incomodidad de chequear y debatir racionalmente sobre los avances o fracasos y proponiendo propuestas reales. Están de moda los programas electorales kilométricos que nadie se ha leído nunca y que dibujan un país perfecto que nadie tiene en la cabeza poner en marcha. Las cartas del juego son otras: enmienda a la totalidad de un modelo de país frente a la defensa de una forma de gestionar el Estado en tiempos turbulentos. Pero el debate no discurre por los cauces del análisis de lo hecho y lo incumplido. Eso sería racional. Y la política es emocional, sobre todo cuando trata de convertir las emociones en votos. Se hace campaña en tono tremendista. España en peligro por la concertación de rojos, separatistas y etarras o España en riesgo por la inevitable alianza de derechistas y fascistas ¿Les suena? Un horror.

La triple ese

El 28M es, sin embargo y pese a las prisas de Sánchez y Feijóo de dilucidar quien se queda la Moncloa, una cita muy relevante porque comunidades y ayuntamientos tienen competencias y obligaciones de las que saldrá un país más próspero, con mejores parques de vivienda, una sanidad rescatada y ciudades más habitables. Eso es lo que se juegan los españoles el 28M, salvo que algunos iluminatis crean que lo importante es lo que ocurre de la M30 hacia adentro.

Tiene especial relevancia la triple ese: sanidad, seguridad y sostenibilidad. Son tres de los asuntos que van a mover el voto. La recuperación de una sanidad pública con estándares homologables, personal suficiente y plazos de atención razonables es la primera preocupación de los españoles. Ya no hay disenso sobre el retroceso notable de los servicios públicos sanitarios. Les toca a los gobiernos autonómicos recuperar el espacio perdido. Igualmente, las políticas de seguridad vuelven a preocupar a los ciudadanos tras un repunte de la delincuencia en distintos ámbitos: durante 2022 la delincuencia creció un 18,8%, con especial alarma en el número de violaciones denunciadas y en la ciberseguridad.

Y la sostenibilidad se ha convertido en la clave de bóveda de las políticas municipales. Sostenibilidad es urbanismo, la ordenación de las ciudades, priorizar y ordenar las actividades económicas, gestión del tráfico, vehículos eléctricos, carriles bici etc., pero son también las políticas de vivienda, que tiene que ver con el desarrollo de nuevas zonas verdes, los materiales de construcción y los modelos energéticos. No hay gestión municipal posible que no tenga en cuenta el cambio climático y los ciudadanos no andan en el negacionismo sino en la preocupación cotidiana que, de forma inmediata, tiene que ver con la sequía y las restricciones en el consumo a la vuelta de la esquina si no diluvia, la calidad de vida en las ciudades, el incremento de enfermedades y la agudización de las alergias, las políticas de reciclaje o la cultura. Sumen la preocupación por la vivienda pública, el empleo y la despoblación en algunas comunidades. Los ayuntamientos siguen teniendo mucho que decir en el futuro del país. Elegir a los mejores alcaldes es el trabajo ciudadano el 28M. Y si es posible, evitar la inestabilidad por falta de mayorías suficientes para permitir la gestión de las ciudades, otro de los riesgos asociados a los tiempos actuales y al toque de corneta de Madrid.

Y los pactos: Page agita el gallinero

Ni PSOE ni PP podrán gobernar en solitario en diciembre y ese es el tablero estratégico sobre el que los dos cuarteles generales encaran las elecciones del 28M. Salvo carambola monumental o algún elemento perturbador de mucho impacto, ninguno obtendría la mayoría absoluta. No hay forma de salirse del bucle de las dependencias en el que estamos. El PP necesita los votos de Vox y lo que le toque en la pedrea a Cs. El PSOE requiere no solo los votos de UP y Sumar sino que estos vayan bajo un mismo paraguas. Y, posteriormente, volver a trenzar la variopinta y polémica mayoría parlamentaria con Bildu, ERC y otros.

Hay dos voces, singulares, que están agitando los respectivos gallineros. En el PSOE es Emiliano García-Page quien se la juega en Castilla La Mancha. Nada indica que UP vaya a entrar en el parlamento castellano-manchego y por lo tanto no tiene apoyos a la izquierda. Solo depende de lo que él saque. En consecuencia, marca el perfil moderado y a la contra de la dirección de su partido, lo que supone que le da votos y tantos aplausos cosecha entre quienes no le votan. Cuestiona que partidos que quieren acabar con España puedan seguir decidiendo sobre ella. No es que le falte razón en la reflexión, pero no se pueden deslindar sus declaraciones del oportunismo y la deslealtad que representa para los intereses del Gobierno –él seguramente defiende que es leal con los intereses de su partido, al que no reconoce bajo la égida del sanchismo, coincidiendo con Feijóo o con Guerra, quien asegura que la coalición no ha tenido un proyecto de país– aunque tampoco estaría mal cuantificar cuántos votos de izquierda puede perder Page por su mimetismo con el PP. Y en todo caso debería decir en público y a dos semanas de ser votado cuál es su alternativa para España. Porque no hay otra: PP + Vox. Si lo prefiere, que lo diga.

Bildu y sus etarras

La inclusión de 44 ex etarras, de los cuales siete cometieron delitos de sangre, en las listas municipales y formales de EH-Bildu es un serio contratiempo para Pedro Sánchez, que no podrá volver a gobernar con ellos. Hasta ahora, la representación parlamentaria de Bildu –con duros y blandos– ha jugado en Madrid a las causas sociales y ha priorizado los perfiles de gente como Oskar Matutes, quien no ha tenido nada que ver con ETA. Pero Sortu, que es quien manda, aún no ha reconocido su relación con el terrorismo y mucho menos ha pedido perdón. Y el hecho de colocar a 44 ex etarras en las candidaturas por mucho que hayan cumplido con la sociedad y tengan intactos sus derechos políticos hace imposible que el PSOE vuelva encomendarse a sus votos en el Congreso, salvo que quiera colocarse en un lugar de no retorno. Lo de esta legislatura ya le ha dejado plomo en las alas. Un paso más allá sería letal e incomprensible para la inmensa mayoría de la sociedad española.

Aznar no quiere pactos con Vox

La otra voz singular es la del expresidente Aznar, quien ha desempañado –y en parte sigue desempeñando– el liderazgo más macizo que ha tenido el PP. Aznar está apretándole a Feijóo para los adentros contra un pacto con Vox. El sueño de Aznar es la reunificación de todo el centro derecha y la ultraderecha en el PP. Con la dilución de Cs logran una parte, más por demérito de los de Rivera y Arrimadas que por méritos del PP. Lo de Vox se resisten. Bien atrincherados en zonas con mucha presión migratoria y en entornos rurales, los trasvases de votos son exiguos y nada habla de una debilitación notable de los de Abascal. Si no hay mayoría absoluta, Aznar, como Page, debería decir cuál es su alternativa. Porque el PP está huérfano de más apoyos relevantes. La alternativa es Sánchez. Y al otro de la mesa espera Abascal con la servilleta anudada al cuello, cuchillo y tenedor en mano.

Los dos grandes ya han roto aguas y han pactado con partidos que buena parte de sus votantes rechazan. El PSOE lo ha hecho durante la legislatura con UP en el gobierno y ERC y EH-Bildu en el Parlamento. Y el PP con Vox en Castilla–León. El PP va a necesitar a Vox. Al menos hasta en tres escenarios: Castilla-León, Castilla-La Mancha y Valencia. Estas son las cartas que hay sobre la mesa. Y tienen que jugarlas. Hablar de un pacto entre los dos grandes partidos es hoy una quimera, así que solo quedan las alianzas señaladas o entrar en un carrusel divertidísimo y sin fin de repetición de elecciones.

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