Las claves

Pilar Cernuda

El año más convulso en democracia

Un Gobierno en funciones desde hace diez meses, el independentismo catalán envenenándose día a día, una oposición sin una figura solvente, auge de la extrema derecha... un 2019 para olvidar

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez , momentos antes de recibir al primer ministro de Luxemburgo, Xavier Bettel, el pasado febrero en el Palacio de la Moncloa.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez , momentos antes de recibir al primer ministro de Luxemburgo, Xavier Bettel, el pasado febrero en el Palacio de la Moncloa. / Sebastián Mariscal (EFE)

En los últimos cuarenta años, nunca se había producido una convulsión continuada como la del 2019, con un presidente que en su empeño por ser investido jefe de gobierno a pesar de llevar a su partido al peor resultado de su historia, no ha dudado en aliarse con independentistas que se encuentran al margen de la ley y la Constitución, ha pactado con un partido populista de izquierda que él mismo consideraba socio indeseable para gobernar, no ha dudado en utilizar la Abogacía del Estado para decidir sobre cuestiones judiciales, y ha provocado choques entre instituciones que han deteriorado su credibilidad. Por no mencionar el deterioro de la credibilidad del propio presidente. A pesar de sus artimañas, Pedro Sánchez no ha logrado ser investido presidente.

Finaliza el año con un Gobierno en funciones desde hace fiez meses, cuando la falta de apoyos para apoyar los Presupuestos Generales del Estado obligó a la disolución de las Cortes y convocar elecciones en abril. No era la primera vez que Sánchez se encontraba con unos Presupuestos imposibles de aprobar, por lo que gobierna con los de Cristóbal Montoro desde que ganó la moción de censura contra Rajoy el 1 de junio de 2018. Una anomalía a la que intenta poner fin desde entonces.

2019 ha sido un año para olvidar. El problema del independentismo catalán se ha envenenado día a día provocando una intranquilidad absoluta ante la falta de un Gobierno estable que le hiciera frente. La reacción de Sánchez fue insólita y decepcionante: buscar la estabilidad aliándose con el independentismo, cediendo en algunas de sus exigencias.

Lazos amarillos

El inquietante problema del independentismo se agrandó aun más con la actitud de un Pedro Sánchez que tras las elecciones de abril abjuró públicamente y también en sede parlamentaria, de cualquier posibilidad de acuerdo con Podemos y con el independentismo para formar Gobierno. Y sin embargo lo hizo con Podemos a las pocas horas de recibir un segundo revolcón en las urnas en noviembre, tras fracasar en el primer intento de ser investido tras las elecciones de abril.

Sánchez, impasible ante la flagrante traición a sus propias convicciones que escandalizaron a personalidades de todos los sectores, incluido su partido, pactó un Gobierno de coalición con Podemos del que se conocen los pormenores excepto que Iglesias será vicepresidente, y tras intentar sin éxito que Ciudadanos se abstuviera en su investidura, no dudó en llamar a la puerta de Junqueras para negociar su abstención. La peor cara de Sánchez apareció en toda su apoteosis: la del dirigente que engaña, que miente, que no mantiene su palabra y que se somete a cualquier tipo de exigencia, de chantaje, con tal de ser elegido presidente. Es probable que finalmente sea investido, pero es ya el presidente que ha caído más bajo en la valoración de los españoles.

En la oposición no hay una sola figura que destaque por su solvencia y apoyo en votos. 2019 es el año en el que por primera vez se produce el crecimiento espectacular de un partido de extrema derecha, Vox, que se ha convertido en tercera fuerza. Y es el año en el que dejó la política Albert Rivera, al que unánimemente se consideraba una figura con posibilidad de convertirse en presidente del Gobierno a medio plazo. Cometió errores sin límite al no definir el terreno en el que pretendía jugar, escorándose hacia la derecha precisamente cuando el centro era el espacio en el que más se lo necesitaba. Varios miembros de su ejecutiva pidieron la baja, y su fracaso en las elecciones de noviembre fue tan rotundo que se vio obligado a dimitir.

Cs ha quedado maltrecho, en menos de un año ha perdido tres cuartas partes de sus escaños, pero Inés Arrimadas ha dado un paso al frente decidida a recuperar la fuerza que tenían, y en pocas semanas ha conseguido al menos insuflar ánimo a la gente del partido.

Éxtasis permanente de Podemos

Podemos vive en un éxtasis permanente la posibilidad de formar parte del Gobierno. Han quedado atrás pesadillas como Galapagar o el abandono de los fundadores; han moderado su lenguaje y dejado de lado el republicanismo aunque nadie se engaña sobre cuál es su modelo político y social. Mientras disfrutan de la visión de un futuro sentados en la mesa del Consejo de Ministros, se regodean del fracaso del proyecto de Íñigo Errejón, que llegó a quitarles el sueño al igual que a Sánchez le quitaba el sueño pensar en que tenía que gobernar con Pablo Iglesias como su principal colaborador.

Pablo Casado no acaba de encontrar el punto al PP. Su proyecto de renovación lo planteó con mal pie, fuera referencias históricas y entrada de personas sin curriculum y casi desconocidas. En abril, el resultado en las urnas fue desastroso. Corrigió listas en noviembre e incrementó el número de escaños, pero no llegaron a los cien que se habían propuesto. Su animadversión hacia Sánchez le impidió ver que podía haberse convertido en un hombre clave en la política española. En mano de Casado estuvo la llave de facilitar a Sánchez un Gobierno en solitario, con condiciones del PP y de Ciudadanos para aprobar, desde fuera, las leyes más relevantes. La primera condición sería que en ningún caso Sánchez gobernara con Podemos. Y mucho menos que negociara el respaldo de los independentistas, que no sería gratis.

Si hubiera analizado esa jugada, hoy sería Casado el político que habría impedido el Gobierno que nos espera, PSOE-Podemos con el apoyo externo de ERC, y que llena de inquietud, de angustia, a la mayoría de los españoles. Incluido un porcentaje importante de socialistas que se encuentran imposibilitados de parar los pies a su secretario general porque cambió los estatutos del partido para que ni la Ejecutiva ni el Comité Federal puedan mostrarle la puerta de salida Ferraz, como ocurrió en el verano del 2016.

Lo mejor de 2019 es que se acaba, aunque las consecuencias del mal sueño perdurarán unos años más

Finaliza un año en el que apenas se han producido buenas noticias. Y las pocas que ha habido han quedado ocultas por la preocupación máxima hacia el futuro. Preocupa el Gobierno que intenta conformar Pedro Sánchez, preocupa el auge de Vox y que de ellos dependa la estabilidad de importantes gobiernos regionales, preocupa la constatación de que los partidos regionales minoritarios venden caro su apoyo al Gobierno de turno y pueden provocar la aparición de nuevas formaciones que quieran hacer el mismo papel; preocupa que en los últimos meses se haya incrementado el paro y que Podemos se jacte de que ha firmado medidas con Sánchez que dispararán el gasto e incrementarán aún más el desempleo; preocupan el déficit y la deuda, y que el Brexit ponga contra las cuerdas a multitud de empresarios españoles. Preocupa el deterioro de las instituciones porque el Gobierno de Sánchez las utiliza a conveniencia, como preocupa que el Ejecutivo intenta entrar en el terreno de lo que es estrictamente judicial.

Lo más positivo del 2019 es que acaba el día 31. Aunque las consecuencias del mal sueño –Sánchez dixit– se prolongarán en años sucesivos.

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