"La emoción que más nos desborda es la rabia"
mirian tirado | consultora de crianza y escritora
LA GRAN ASIGNATURA PENDIENTE. Sentir (Grijalbo) es su sexto libro escrito pensando en lectores adultos, Sentiraunque el de Míriam Tirado Míriam Tirado(Manresa, 1976) es un nombre muy conocido por su dedicación a transmitir y explicar las emociones con, por y para los más pequeños. Entre sus títulos, El hilo invisible, La fuente escondida o Tengo un volcán. Consultora en crianza consciente, escritora y periodista especializada en maternidad, intenta con Sentir darnos luz sobre las asignaturas pendientes que hemos ido dejando en nuestra educación emocional. El libro, además, cuenta con ejercicios y dinámicas para aplicarnos tanto como adultos en proceso de aprendizaje, como en compañía de los más pequeños.
–¿Por qué la gestión de emociones parece también una asignatura perdida para los adultos?
–En primer lugar, porque llevamos un retraso de siglos en cuanto a atención de las emociones. Prácticamente, hasta los últimos años, en los que se ha visto claramente que no atender las emociones conlleva varios problemas: es ahora cuando nos queremos meter en el tema. Tampoco fuimos educados así, desde un acompañamiento emocional sano y asertivo, así que tenemos que desaprender lo que aprendimos y aprender una nueva forma. Este nuevo aprendizaje incluye cosas, por ejemplo, como dejar de dividir las emociones entre negativas y positivas, porque todas tienen una función.
–Lo mismo es que nos asusta lo potentes que pueden llegar a ser.
–Hay emociones que desde luego pueden llevarnos a sitios desagradables, que sentimos así incluso físicamente, y cuando lo vemos en otros aún nos gusta menos porque si es gente que quieres, por la que te preocupas, no quieres que lo pasen mal.
–Y eso de que nos impongan ciertos estados emocionales, ¿es nuevo o siempre ha sido así?
–Yo creo que siempre ha sido así. Pero, de las emociones que no nos gustan, lo que quizá más nos asusta es el comportamiento que se deriva de esas emociones, si no sabemos manejarlo, claro. Así que lo que hacemos es rechazar esa emoción con tal de que no salga ese comportamiento que rehuimos: pero lo que tenemos que hacer es reeducar la forma en la que actuamos, no la emoción. La emoción es totalmente válida: tenemos que sentirla y experimentarla y saberla canalizar.
–¿Cuándo se empezó a hablar de inteligencia emocional?
–Pues pienso que en la pospandemia hubo una popularización del término, de la mano de los medios de comunicación generalistas, por los efectos que han tenido situaciones de mucha tensión en una época en la que se hizo evidente que no teníamos las herramientas necesarias para copar con algo así. Una circunstancia que tuvo un peso especial en la infancia y adolescencia. A consecuencia de esto, las consultas de psicólogos y psiquiatras están más llenas que nunca. Que hayamos empezado a hablar de algo así es muy importante, ya que no se puede cambiar nada si no somos conscientes de que hay algo que solucionar.
–¿Cuál diría que es la emoción que más nos desborda?
–La gran mayoría, lo que llevamos peor es la rabia:el ver que el niño se enfada, por ejemplo, y se desborda; pero también la gestión de la ira en los propios padres, eso es algo que no nos gusta nada: con esto trabajo muchísimo, por ejemplo. Luego hay otros padres que lo que no soportan es que su hijo esté triste, o que tengan miedo: generalmente, detrás de este tipo de preocupación puede haber algo de proyección.
–Y, siendo cada uno tan distinto, ¿cómo podemos aplicar el mismo Ctrl+Alt+Supr?
–Bueno, es que hay una serie de cuestiones básicas que todo el mundo puede aplicar:parar, respirar, poner conciencia, pararte a pensar cómo estás, qué necesitas... Pero nada de esto será lo mismo, por ejemplo, si tienes un background en el que te pegaban mucho de pequeño, o si viviste un ambiente de maltrato continuado en una familia en la que no se ha hablado de esto:habrá personas que necesitarán hacer una terapia que va más allá del consejo que se puede aplicar de forma genérica.
–Lo de pararse y ver cómo estamos... Fácil de decir, no tan fácil de hacer.
–La verdad es que no nos preguntamos mucho cómo estamos, qué necesitamos para estar mejor. Sobre todo, las mujeres, porque se nos ha educado en el complacer y hacer lo que se espera de ti.
–Podemos esconder muchos débitos emocionales bajo la alfombra, dice, pero sirve de muy poco en cuanto llega el gran revulsivo: los hijos.
–Si no hay hijos, tienes tu descanso, duermes tus horas... más o menos, puedes arreglártelas. Pero, de repente con la llegada de un hijo todo se remueve:hay un ser que demanda de continuo, la relación de pareja cambia, los estresores son muchos y aparecen muchos patrones que, cuando no teníamos hijos, no veíamos que existían. Ser padre es un reto, pero también una oportunidad para aprender de ellos y ver qué cosas necesitamos mejorar, y para hacer un trabajo que nos ayude a crecer y transformarnos.
–Precisamente, muchas de las inercias o malas costumbres emocionales que tenemos tienen su origen en la infancia.
–Entre los 0 y los 7 años, los niños van integrando cómo se van relacionando con el mundo a través del ejemplo que ven en los adultos con los que se relacionan, generalmente, sus padres, pero también otros cuidadores. Según estos manejen las emociones y se muestren en determinadas situaciones, van creando un patrón, aunque luego de mayores digamos “yo nunca voy a hacer esto”. Una cosa es lo que pienses o te propongas y otra que, cuando estés en una situación de tensión o estrés, te salga esa misma conducta que te habías jurado jamás repetirías:evitar esto requiere un gran trabajo personal y una gran voluntad de cambio.
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