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Ánalisis
LA presidencia de Trump marcó la geopolítica internacional y volverá a hacerlo si es reelegido en noviembre. Es la principal amenaza de inestabilidad política global, que además en esta ocasión se presenta acompañada de las secuelas de la pandemia sobre la seguridad de suministros estratégicos en occidente y de conflictos bélicos en Ucrania y Gaza, ambos con extraordinario potencial expansivos en sus respectivos contextos e influyentes en el clima político estadounidense y europeo. Estamos ante un nuevo foco potencial de tensión global, que se añade al resto de los que mantienen su vigencia, de manera que es posible que en algunos foros haya existido precipitación en el recurso a la expresión “desglobalización” para referirse a un proceso en el que también ocurre un indiscutible reforzamiento de los bloques regionales tras el fiasco post-pandémico del comercio internacional y del auge del nacionalismo populista.
En un mundo sometido a bruscos cambios por convulsiones de diferente naturaleza, pero en el que todavía pueden cambiar otras muchas cosas en un periodo relativamente corto de tiempo, las oportunidades están a la vuelta de la esquina para los que estén dispuestos a aprovecharlas. La economía china creció en el segundo trimestre menos de lo previsto (4,7% interanual), pero mantiene su vigor exportador e inversor. Persisten sus problemas con la fragilidad del sector financiero y el mercado de la vivienda y con la debilidad del consumo interno, mientras que las principales amenazas de inestabilidad permanecen asociadas, además de a los conflictos de soberanía en su zona de influencia, a la reestructuración del comercio internacional y a la perspectiva de guerra arancelaria que se atisba tras las represalias que se esperan por el arancel del 38% en la UE a las importaciones de coches eléctricos chinos y del 100% en Estados Unidos.
Después de casi cuatro décadas de crecimiento en torno a los dos dígitos, China se ha convertido en la segunda economía más grande del mundo (la primera en términos paridad de poder adquisitivo). Su integración en el comercio internacional partiendo de unos niveles de pobreza muy elevados, le permitió impulsar un potente modelo de crecimiento de base de exportaciones basado en precios y salarios muy bajos, la intervención del tipo de cambio para mantenerlo artificialmente depreciado respecto al dólar y una regulación laxa en materia de derechos laborales y seguridad jurídica, especialmente en derechos de propiedad, y ambiental.
La actividad económica comenzó a declinar con la crisis de 2008 y se hundió con la pandemia en 2020 y los altibajos posteriores. En los próximos días se celebra el XX Comité Central del Partido Comunista Chino (PCCh) con la decidida intención de consolidar su posición en el escenario internacional a base de insistir en las reformas pendientes, entre ellas la medioambiental, y en la modernización de sus estructuras productivas. Hay dos vías para conseguirlo. Por un lado, lo que llaman el impulso a las “nuevas fuerzas productivas de calidad” mediante el apoyo a la investigación científica y al desarrollo tecnológico. Por otro, afirmando las resistencias frente al entorno hostil que se dibuja en la esfera internacional. Una de las nubes que más enturbian el horizonte es, sin lugar a dudas, la de las elecciones norteamericanas.
La economía estadounidense mantiene el perfil sólido de los últimos años, tanto en crecimiento como en empleo y últimamente también en inflación. La incertidumbre proviene en este caso del posible triunfo electoral de Trump que altera todas las previsiones, no tanto para la economía estadounidense, como para la planificación estratégica en el resto del mundo. Sus polémicas interferencias en asuntos europeos durante su primer mandato justifican la desconfianza en su disposición a defender el modelo de democracia liberal europeo, frente al autoritarismo de Putin y el ascenso del populismo euroescéptico en las últimas elecciones celebradas a lo largo y ancho del continente. En su explícito apoyo al Brexit quedaba de manifiesto su personal antipatía con el proyecto europeo, así como con la paralización del acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea (Área de Libre Comercio Transatlántico). En realidad, del regreso de Trump cabe esperar un impulso añadido a la ola proteccionista que se extiende por el mundo y del que ya diera señales al plantarse frente a los acuerdos de libre comercio con México, en el seno del NAFTA, y con la región Asia-Pacífico en el seno de la asociación transpacífica (TPP). Su desembarco en la Casa Blanca también supuso la suspensión de compromisos globales, como el de la crisis del clima o el comercio internacional, y un importante aumento de la tensión en la estructura interna de la OTAN, que obligó a la Unión Europea a replantearse su propia estrategia de defensa y que, si se repite, equivaldría a dejar en un limbo por dilucidar la perspectiva de futuras ampliaciones.
Europa, mientras tanto, sigue perdida en sus contradicciones, tras el ascenso de populistas y euroescépticos en elecciones nacionales y al parlamento europeo. Según el Fondo Monetario Internacional el peso de la economía europea a principios de la década de los 80 era aproximadamente la tercera parte de la mundial (34,3%); veinte años después se había reducido a una cuarta parte (26,3) y en la actualidad, otras dos décadas después, ya representa tan solo la quinta parte (19,7%). El caso japonés es similar al europeo y ambos justamente lo contario al chino, mientras que la economía norteamericana consigue defender con notable dignidad su peso relativo en la mundial. Existe, no obstante, algo común a todos ellos: la población deja de crecer y envejece, mientras que en el resto del mundo en vías de desarrollo ocurre exactamente lo contrario. Una especie de dimorfismo sociodemográfico que en un contexto democrático difícilmente admite una válvula de escape alternativa a la migración.
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