Por puro amor al arte

Van cayendo a buen ritmo, en un dramático efecto dominó. Desaparecen de la escena sin apenas hacer ruido, la mayoría con ese aire de dignidad de los perdedores que merecieron mejor suerte. Victorias morales, derrotas reales. "La crisis se inventó en Córdoba", decía un célebre directivo que ya no está en la picota porque un día decidió que ya estaba bien de sufrir. Se fue con más tiros pegados que la bandera de Nápoles, diciendo que nunca más. Pero nadie se extrañaría de que volviera. Estos tipos siempre vuelven. Hay un resorte masoquista que les empuja a liderar batallas contra los peores enemigos: aquellos que llegan disfrazados de aliados. Cuando en España estalló oficialmente la crisis -o sea, un tiempo antes de que lo admitiera el gobierno-, en el deporte cordobés ya se actuaba según los patrones que hoy son comunes. Sueldos cortitos, desplazamientos en coches particulares, noches durmiendo en el autobús después de engullir unas pizzas, equipaciones remendadas de cursos anteriores... Lo que todo el mundo hace ahora quejándose de su suerte se hacía en Córdoba con una sonrisa. Y, encima, ganaban.

Aquí hubo un equipo de baloncesto que disputaba cada año las eliminatorias de ascenso a la ACB, uno de balonmano que peleó en una eliminatoria memorable por llegar a las máxima categoría, otro de fútbol sala que llenó Vista Alegre para pelear contra el Barcelona por un puesto en la élite, un par de formaciones de voleibol femenino que se zambulleron en la división de honor... Sí, es cierto. Se produjeron unos cuantos milagros. Córdoba pareció, durante un tiempo, una ciudad deportivamente normal. Las entidades progresaban hasta llegar a unos niveles de éxito intolerables, que marcaban su declive o su disolución. Ganaban, alcanzaban notoriedad social, reclamaban mayor respaldo económico... Demasiado para Córdoba. De eso hace un decenio.

Hoy supervive el heróico Deportivo Córdoba de fútbol sala femenino, que está firmando una edad de oro. Esas chicas merecen un monumento. O dos. En las otras disciplinas se atraviesa un vía crucis de impredecibles consecuencias. El Baloncesto Córdoba, heredero de una formación histórica -desde 1973 hay representación ininterrumpida de un club de la capital en categoría nacional-, se aferra a la imaginación y el atrevimiento de sus gestores -este año con la estimulante irrupción de Will Masterson- para emprender su enésima tentativa de reenganchar la pasión por este deporte desde la Liga EBA, la cuarta división del país. Si lograra la cuarta parte de lo que tenía -y que a muchos les parecía poco y no valoraban nada- habría una gran razón para hacer una fiesta. Para el Córdoba Balonmano, la fórmula no tiene secretos. Con una de las canteras más prolíficas, busca lo mejor en cada momento poniendo en el escaparate a sus chicos más dotados. Si todo ese producto local se hubiera reunido en un sólo equipo alguna vez... Y en voley, un deporte que llevó el nombre de Córdoba a los foros más nobles, la situación roza lo dramático. El Guadalquivir Futuro, actualmente el máximo representante de la provincia, se plantea no inscribirse si no resuelve unas agrias negociaciones con el Instituto Municipal de Deportes, donde dicen que no hay un euro.

Emprender un proyecto deportivo en Córdoba se parece a la aventura de un grupo de marines en medio de una selva vietnamita. No sabes dónde puede estar el peligro, de dónde puede venir el disparo, en qué lugar estará la trampa. Sabes que los obstáculos serán contínuos y siempre queda la certeza de que el siguiente será peor que el anterior. Hay que estar loco para querer construir, aquí y ahora, un club con pretensiones de crecer. Pero ahí siguen. Son los nuestros. Algunos ya están compitiendo y otros lo harán dentro de pocos días. Como héroes clandestinos, con muchas horas de entrega y muy pocos recursos a su alcance.

Todos los que se dejan el pellejo en estos clubes se estimulan con el mismo pensamiento, un deseo feroz que resiste todos los ataques: cualquier día, en cualquier sitio y a cualquier hora llegará ese instante excepcional en el que uno sentirá el placer íntimo de entender que todo esto merece la pena. Por puro amor al arte.

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