Una grada con sabiduría
Cádiz | córdoba · el otro partido
La afición cadista y los seguidores de Córdoba dejaron el 'morbo' de lado · La herida del conflicto del 2008 cicatrizó
"¿Encima que pagamos nos vamos a pelear?". Había algo de temor y muchas suspicacias por el primer Cádiz-Córdoba después de aquello. Y aquello, la madre del cordero, no movió a nadie a enzarzarse en numantinas discusiones sobre si Femenía es nombre de tango, de niño, de persona mayor o de plato de alta cocina. Porque las riñas, las disputas, siempre recuerdan la genial visión de Wilde sobre los sentimientos: "Hay dos tragedias en la vida: la conquista de la persona amada y la pérdida de la persona amada". Y no es que las hinchadas de allá y de acá hayan vivido un romance perpetuo desde el origen de los tiempos, pero sí que habían coqueteado con buena voluntad en el último lustro (hasta aquello).
Lo mismo tuvo algo que ver el levante que soplaba. Ese viento de la vida que calienta sesos y derrite voluntades. Aunque la más firme voluntad de los dos bandos, la de ver fútbol, no quedó satisfecha ni para unos ni para otros. Fuese porque Gracia hizo la gracia (con perdón) de retirar a Enrique y meter a Nano ("chiquillo, qué favor nos ha hecho el amigo", decían los de fuera luego) o porque Dios no quiso, la pelota no entró. Y por eso, a todos, el morbo del partido del morbo se les fue diluyendo como azúcar en café cortado. O en cerveza -si es que a alguien se le ocurriera hacer eso-. Porque hubo quien decidió aventurarse -la casa de Córdoba en Cádiz concretamente- a romper moldes y juntar a unos y otros antes de tiempo en una suerte de hermanamiento. Ni era algo descabellado -ya se comprobó- ni hubo ningún exaltado que se dedicase a perseguir infieles cordobesistas con cimitarra en mano por la Caleta como alguno había pronosticado desde ciertos foros.
Además, el partido fue unidireccional. Feo por monocorde. Y, según dijo el periodista del siglo pasado Karl Kraus: "La fealdad del presente tiene fuerza retroactiva". Por eso, como retroactividad añadida, algunos seguidores en el Carranza se acordaron de aquella vez en la que, gracias al talludito Arthuro, lo horrible se hizo arte y el Córdoba dio un campanazo (bastinazo dicen por aquí). Y el miedo, con el nombre de Asen, también se asomó un ratito y casi al final como en las pelis de terror buenas por su estadio. El yuyu -no el humorista gaditano, sino el acongoje llevado hasta el extremo- se apoderó hasta de las cabinas de prensa. Un lugar, por cierto, algo inseguro -más de uno acabó ensangrentado por salvar su ordenador y su físico de una más que posible caida- y en el que había tanto profesional como forofo (a algunos les faltaba una carraca y una bufanda).
El Carranza es también un campo en el que a Navas -que es el mejor portero de la categoría- no le dejaron ser profesional. Una maldición, la de los esquejes rebeldes de la misma planta, que también es tradición por estos lares. La gente le pedía, con su guasa habitual, que se dejara. Que le hiciera caso a sus raíces.
Un feudo también el del Cádiz al que cuando le da por cantar, que es muy a menudo, le salen estrellitas por todos lados y tiembla y hace temblar de emoción porque retumba. Porque tiene una acústica como pocos y porque a la gente les golpea la maquinaria por dentro cuando hacen palmas. Uno de los lugares más entrañables de España en los que jugar (y ver hacerlo) al fútbol. A Tristán le pega. Si es que Tristán se parece en algo a aquel Tristán tan grande que fue.
En suma, lo que dijo el filósofo popular al final del partido y al comienzo de estas líneas: que para qué enfadarse si todos van a lo mismo. La paz y el buen rollo total fueron las mejores guantadas sin manos que se le pudieron dar a muchos malintencionados que, desde un bando y desde otro, trataron de hacer confrontación pública durante un tiempo lo que no pasó de ser una mala praxis de un empresario en forma de recurso desesperado. En una tarde mala y buena a la vez, todo acabó como al principio.
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