EL RETROVISOR · PEPÍN

Aquel genio de la melena rizada

  • José Calzado Ferrer, ‘Pepín’, ha jugado en todas las categorías nacionales, desde Primera a Tercera · Hermano del popular ‘Litri’, formó parte del grupo de encargados de material del Córdoba CF hasta la pasada campaña.

Hasta el nombre le venía al pelo –su seña de identidad, largo y rizado, al más puro estilo del cantante de Medina Azahara– para triunfar en el Córdoba. Pero no lo hizo. O sí. Quién sabe. Si el éxito  es lograr que no te olviden, él lo logró. Siguiendo la estela de ídolos blanquiverdes que aunaron un fútbol mayúsculo bajo nombres de guerra en diminutivo –Juanín en los 60, Manolín Cuesta en los 70...–, Pepín fue un héroe en tiempos de crisis.

José Calzado Ferrer (Córdoba, 1954) dejó su impronta en un año crucial, 1985, en el que contribuyó de modo determinante a sacar al club del averno de Tercera. Llegó como un ángel caído del cielo a un equipo que tocaba el fondo del fondo. Literalmente. Pocos se explican cómo un jugador podía estar un 22 de abril saliendo de titular en el Santiago Bernabéu frente al Real Madrid, con Di Stéfano en el banquillo y con una perla emergente como Emilio Butragueño y, seis meses después, figurar en el once de un equipo de Tercera que se cruzaba con el Puerto Real. Pasó del mejor Valladolid de todos los tiempos –aquel de Fenoy, Gail, Moré, Eusebio, Pato Yáñez o Polilla Da Silva– al Córdoba peor situado en toda su vida, una entidad a la deriva que encadenaba descensos y acumulaba deudas con dramático tesón. Le llamaron y volvió a su casa. ¿Que llevaba cuatro campañas seguidas en Primera, con más de cien partidos disputados y un cartel que seguramente le hubiera permitido manejar ofertas económicamente mejores? Y qué más da. Así era Pepín, un hombre que se comía la vida a bocados sin masticar, un futbolista excelente que siempre llevaba la maleta a cuestas y al que le costaba echar raíces.

Con la blanquiverde jugó todos los partidos posibles durante dos campeonatos memorables: 79 comparecencias, 22 goles, un ascenso a Segunda B y muchas tardes para el recuerdo. Luego se volvió a ir. Su trayectoria sigue siendo hoy un verdadero galimatías, un extraordinario sinsentido que le llevó de gira por todo tipo de escenarios: desde los templos sagrados de la Primera División a los corralones de Tercera, donde las aficiones rivales no sabían si aplaudirle o matarle. “¿Ése es Pepín, el del Valladolid?”, se decían dándose codazos los aficionados en campos como el del Moguer, el Brenes o el Imperio de Ceuta, todos ellos adversarios cordobesistas en una temporada inolvidable. Su presencia en esa división abisal era un lujo inconcebible. Era condenadamente bueno, mucho más de lo que él mismo creía.

Su estilo, pleno de garra pese que nunca fue un portento físico, enamoró a las aficiones de Getafe, Valladolid –en el gélido José Zorrilla aún recuerdan sus exhibiciones–, Andorra o Gramanet, equipos en los que prestó sus servicios este cordobés peculiar, un degustador de experiencias que encontraba en el balón una excusa más para disfrutar de la vida.

Su último destino ligado al fútbol ha sido el cuarto de las botas del Lucena, de Segunda B, en el que desempeñó labores de utillero. Allí, como antes en El Arcángel, seguirá cruzándose con jóvenes aspirantes a llegar a donde él estuvo un día. Con chicos de peinados imposibles y tatuajes pagados a precio de caviar que no saben que el señor que les recoge las camisetas llegó a despertar la admiración, tras un partido en el que ambos se enfrentaron, de un tal Diego Armando Maradona.

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