Una especialidad entre la leyenda y la polémica
Para toda una generación, hablar del récord de la hora trae a la mente los recuerdos de Miguel Indurain. El navarro quiso recuperar una prueba en cuyo historial figuran todos los grandes del ciclismo. Anquetil, Merckx, Coppi o Moser quisieron dejar constancia de su nivel en una prueba de esfuerzo absoluto, tanto físico como psicológico. El hombre contra sí mismo, ante un desafío sin referencias en el que sólo las piernas y la fortaleza mental acaban dictando sentencia. Indurain, a los mandos de la Espada (una bicicleta especial para el intento que en su momento fui un hito tecnológico) pulverizó el récord el 2 de septiembre de 1994 en Burdeos con una marca de 53.040, aunque posteriormente falló en un nuevo intento en Bogotá. Su registro fue superado después por el suizo Tony Rominger y el británico Chris Boardman hasta dejarlo en 56.375 (1996) que todavía figuran en la lista de la Unión Ciclista Internacional.
Pero entonces, la UCI decidió entrar en la regulación de una prueba que se había visto sobrepasada por los avances tecnológicos. Las bicicletas empleadas en los intentos se habían convertido en máquinas de aerodinámica perfecta construidas exclusivamente para el asalto, modelos que modifican la postura natural del ciclista. Para detener esa carrera y hacer que las marcas se ajustaran más a la realidad del esfuerzo empleado por el corredor, la UCI decidió modificar la normativa para el récord, prohibiendo los cascos de contrarreloj, ruedas especiales o cuadros aerodinámicos, al tiempo que creó una nueva categoría denominada "mejor esfuerzo humano", que abarcaba todas esas marcas logradas con equipos mejorados. En la lista tradicional quedó el registro logrado por Merckx en 1972 de 49.431 al amparo de la altitud de Ciudad de México, un hito (con una bicicleta tradicional) que sólo pudo ser superado 30 años después y que ahora ostenta el checo Andrei Sosenka con 49.700 metros.
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