Una definición de tranquilidad

Francisco Merino

11 de abril 2010 - 05:02

Antes de todo, dejemos claro algo: siempre habrá alguien descontento, por muy raro que parezca. Eso forma parte de la naturaleza de las cosas, que se perciben de modo diferente ya sea de modo consciente o por pura pose. Por aquí -y no sólo aquí, que conste- se lleva mucho eso de la crítica preventiva, el "ya lo dije yo" y el "sabía que esto iba a ocurrir". En Córdoba, y en el Córdoba CF, lo de augurar la desgracia era jugar con ventaja. Las leyes de la probabilidad y la fuerza de la costumbre convertían a los pronosticadores -los mensajeros del miedo, qué entrañables- en una suerte de plañideras cuando el muerto todavía estaba vivo. Sólo había que sentarse a esperar para que todo se precipitara hacia desenlaces que no viene al caso recordar pero que cualquier buen aficionado rememora con el vello erizado.

Lo difícil era prever lo que iba a ocurrir en este curso 2009-2010, el de la transición de verdad, el del cambio radical. Como en aquel programa televisivo de hace unos años en el que una maruja en bata se ponía en manos de los especialistas y, en cuestión de unas semanas, salía de detrás de una cortina de humo transformada en un especímen femenino de bastante buen ver. Lo mejor era la cara que ponía el marido cuando le enfocaban tras ver la mutación de su esposa. "Ésta no es la mía... ¡pero es mejor!", parecían decir todos. Exactamente lo mismo que los cordobesistas, que observan con satisfacción y alivio el papel que su equipo está desempeñando en la Liga Adelante, donde se ha ganado el respeto de todos y los puntos suficientes como para garantizar la continuidad de su proyecto sin más sobresaltos que los que provengan -ay, la crisis- de la magnitud de su cuenta corriente, sin duda menos solvente que el equipo de Lucas Alcaraz sobre el rectángulo.

El club ya ha comunicado a los capitanes, y estos a la plantilla, que los pagos de las nóminas pueden experimentar algún retraso. Una anomalía asumible. De momento. "Estamos como estamos y desde otros clubes nos dicen que nuestra situación financiera es un paraíso que para sí quisieran muchos. No quiero ni imaginarme cómo pueden estar por ahí", me comentaba el otro día un directivo del club, uno de esos polifacéticos y esforzados trabajadores que sostienen el entramado del CCF sin encontrar momento para el descanso o el consuelo. Este negocio ha cambiado mucho y más que lo va a hacer. El Córdoba se prepara para lo que viene con la certeza de que la parcela deportiva está, de no mediar un cataclismo, resuelta o al menos bien encarrilada. Las cuentas van saliendo y el objetivo de la permanencia está más cerca sin que se hayan vivido situaciones dramáticas -cambios de entrenador, de director deportivo, revoluciones en el mercado invernal, motines en el consejo, relaciones tormentosas con los medios...- comunes en el club en las últimas dos décadas. El Córdoba hace un fútbol que ni maravilla ni espanta. Es práctico y alimenta. No ha habido más jugadores cordobeses con protagonismo en el primer equipo desde los tiempos de Manolín Cuesta, con lo que se hace realidad una vieja aspiración de los canteristas que abogan por un renacimiento desde las raíces. Ahora eso no es una opción, sino una necesidad perentoria. Cuando no se puede comprar, hay que fabricar el producto en casa. Mientras el club hace planes -administración de la miseria, aderezada con sueños de una coyuntura mejor-, el equipo se dispone a cuadrar balance en una campaña que, posiblemente, se valore mucho más con la perspectiva del tiempo.

Las cosas han cambiado, es evidente. Se ha pasado de reclamar resultados a discutir sobre el modo de conseguirlos. Cuando hay un debate estético instalado en el cordobesismo es que anda lejos el peligro más horrible, ése con el que el Córdoba ha tenido que convivir durante casi dos décadas: la pelea agónica por la salvación o la increíble presión del lema ascenso o muerte. El Córdoba está cumpliendo, sin ruido y contra pronóstico, un reto que viene de antiguo: tener una temporada tranquila. ¿Y eso que es? Primero, la ausencia de dolor. Y la certeza de que uno depende de sí mismo para marcar su porvenir, aunque con la conciencia plena de que hay que mantener todos los sentidos alerta para salir bien parado de los golpes de suerte -buena o mala- que se le presenten. Lo que está ocurriendo, vamos.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último