El aprendiz prematuro

13 de julio 2014 - 05:02

Has visto alguna vez en un documental el nacimiento de un potrillo o un ternero? La imagen no deja de impactarnos por su belleza, su ternura y por la magia que siempre supone el triunfo de la vida. Pero lo más sorprendente es que tras unos minutos en los que la madre mima al recién nacido, lamiéndole y dándole calor, el cachorro empieza a ser independiente. Apenas un par de horas después del parto, y pese a lo inestables que parecen sus patas en un principio, un potro ya se pone de pie y empieza a andar. Primero busca las ubres de la madre en un gesto innato para cubrir una necesidad básica, pero pronto empieza a explorar su entorno, a buscar su hueco dentro de la manada, de su grupo, al fin y al cabo.

Esto sucede así porque tras un periodo de gestación similar en el tiempo al de los seres humanos, los mamíferos llega al mundo con un alto grado de autonomía, preparados para valerse por sí mismos en un mínimo plazo de tiempo y a luchar por su supervivencia en un entorno que muchas veces es hostil. Es la consecuencia de una carga genética construida durante millones de años, de la lucha de cada especie por su adaptación a la naturaleza.

Curiosamente, el único mamífero que nace sin esa autonomía es... el homo sapiens. A lo largo de la evolución humana, el gran salto que nos diferencia del resto de especies fue la adaptación al bipedismo, un pequeño detalle que permitió al ser humano enderezar su columna vertebral, caminar erguido gastando menos energías que si lo hiciera a cuatro patas y, sobre todo, liberar las manos para manipular objetos. Fue el paso que llevó al homo sapiens a dominar el mundo.

Pero a cambio tuvo que pagar un peaje. El cerebro recogió toda la energía sobrante de ese proceso y eso provocó que aumentara de tamaño, agrandando por tanto el contorno del cráneo. El problema es que ese crecimiento obligó al homo sapiens a nacer prematuramente, ya que al reducirse el tamaño de las caderas (otro resultado del bipedismo) el canal del parto no permitía el paso de una cabeza que alojara un cráneo completamente desarrollado.

El resultado es que nacemos prematuramente. Somos expulsados al mundo demasiado pronto, cuando nuestro cerebro no se ha desarrollado por completo y, por tanto, sin la autonomía de ese potrillo. Un bebé no se pone de pie hasta el año de vida y hay algunos que no caminan con seguridad hasta los 18 meses. Somos el mamífero que llega a la vida con menor autonomía, con sus capacidades motoras menos desarrolladas... y con mayor dependencia de nuestros padres y de nuestro entorno.

Lo primero que hace un bebé cuando nace es llorar, pedir el auxilio de su madre para saciar sus necesidades básicas, pero también de las secundarias. La propia naturaleza (el salto al bipedismo, en gran parte) hace que desde que empezamos a vivir dependamos de otros, que necesitemos tantos cuidados maternos y busquemos soluciones externas, a que nos lo den todo hecho.

Lo sorprendente es que ese gesto tiene una enorme repercusión en nuestro desarrollo personal y en la forma en la que entendemos la educación. Si el bebé no consigue algo llora hasta que llama la atención suficientemente para obtenerlo. Su tolerancia a la frustración es mínima y no desarrolla la capacidad para diferir los resultados, una cualidad que como quedó constatada en diversos experimentos es básica para aceptar el valor de la persistencia en el esfuerzo.

Eso, proyectado unos años después, marca la forma en que el niño, el cachorro de ser humano, encara el reto del aprendizaje. Primero sucede en el entorno educativo, pero luego es extensible a todos los ámbitos de la vida. Aprender cuesta, no es sencillo, pero te voy a plantear algunas preguntas: ¿Cuánto insistes en aprender algo? ¿Cuántas veces intentas algo una y otra vez hasta que lo consigues? ¿Dónde está tu umbral de tolerancia a la frustración? ¿Cuánto eres capaz de esperar hasta obtener una recompensa? Si encuentras las respuestas adecuadas, puede que halles el camino para perseguir tus metas a pesar de que todos hayamos llegado al mundo de forma prematura.

Toma la iniciativa y gánale a cada día una hora de aprendizaje. Si esto lo mantienes de por vida, tras unos diez años de aprendizaje consciente (si no le pones consciencia, el desarrollo es más lento) le habrás adelantado a la vida ciento cincuenta días de crecimiento y de evolución; multiplícalo por más años y entenderás que no tenemos tiempo que perder. ¿Qué, te animas a aprender hoy?

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