Vuelve el que nunca se va

BALONCESTO l LEB Bronce

Santiago Gisbert agarra por quinta vez las riendas del banquillo del Cajasur

Francisco Merino / Córdoba

06 de febrero 2008 - 05:02

Si le necesita, Andrés López no tiene que silbar como Laureen Bacall le pedía que hiciera a Humphrey Bogart en la película Tener y no tener. El presidente del Cajasur simplemente tiene que mirar a su lado para comprobar que ahí sigue Santiago Gisbert de la Encarnación (Córdoba, 1957), dispuesto a lo que le echen. Y mira que ya le han echado de todo a lo largo de los últimos 17 años, en los que ha dirigido al equipo en cuatro divisiones distintas (Primera, EBA, LEB y LEB Bronce). Desde la semana pasada encara su quinta etapa como titular de un banquillo volcánico, del que salió despedido Nacho Criado por una colisión de egos florecida por el desapego sentimental. Precisamente lo que le sobra a Gisbert, que ya posee un sitio reservado en el peculiar santoral de esta controvertida entidad deportiva junto a personalidades tan impactantes como el fundador y presidente, Andrés López, o el entrenador Abilio Antolín, una leyenda incomprendida.

Pocos podían pensar que aquel ex árbitro barbudo de tardío debut en los banquillos -lo hizo a los 34 años, al frente de La Carlota, en la campaña 91-92- iba a convertirse en una pieza angular en el Cajasur. Después de un efímero paso por La Caja de Córdoba, donde fue segundo de José Luis Gómez Sicilia, logró su primer éxito relevante con el Posadas, al que ascendió de la Liga Provincial a la Andaluza en el curso 92-93. El Cajasur le fichó para su staff técnico y ahí comenzó un idilio que aún hoy perdura.

En el primer club de la ciudad tomó el mando de equipo sub 23, de la Liga Provincial, logrando hacerlo campeón y ascenderlo a Primera Andaluza. Era la temporada 93/94 y por entonces ya fue requerido para prestar servicios en la plantilla profesional. Era el momento en el que, tras la dimisión de Abilio Antolín, su sustituto, José Luis Vega, había sido expedientado. Estuvo nueve partidos en el banquillo y logró saldar la prueba de con notable solvencia. Por entonces se acuñó el apelativo de apagafuegos que le acompañó ya como una segunda piel. Nunca le importó. Reconducir trayectorias torcidas se convirtió en la base de su trabajo.

En el 95 solventó uno de los episodios más dramáticos en la historia del club, que tras despedir a Juanjo González y Pedro Zorrozúa se encontró inmerso en un play off por la permanencia en la Liga EBA frente al Marbella de Valdemaras Homicius. Un triple en el último segundo de la prórroga de Fernando París y un épico duelo en Vista Alegre arreglaron el desaguisado.

Gisbert se retiró de la primera línea de la trinchera y consolidó su rol, siempre agradecido, de hombre de club. Ejerció como segundo entrenador de Alberto Piñeiro en las temporadas 95/96 (Liga EBA) y 96/97 (Liga Española de Baloncesto, LEB), y del estadounidense Francis William Lawlor en la 97/98 (LEB). En el verano del 98, la directiva decidió otorgarle el mando del primer equipo para la Liga 98/99 como máximo responsable técnico. Era su gran oportunidad, pero el club erró en la elección de la pareja extranjera -el saltarín Montgomery y un deficiente Max Bouchard- y Gisbert fue sustituido por Antonio Bioque. El club se salvó de pura chiripa. Él siguió en como ayudante de Rafa Sanz. Su momento más amargo llegó en mayo de 2002, cuando el Coruña aniquiló al Cajasur en un cruento play off y lo empujó hacia el abismo. Él estaba en el banquillo en Riazor. Ahora vuelve con el mismo ideario y nuevos desafíos. Será, curiosamente, ante el Coruña.

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