Toni, el constructor discreto
Fútbol
El director deportivo del Getafe se forjó en la cantera local · Jugó en el Naranjitos, Zoco, Egabrense y Córdoba antes de firmar por el Atlético · Fue internacional como lateral zurdo y es leyenda rojiblanca
Hubo un tiempo en el que una patrulla de cordobeses imprimía un sello de autoridad por los campos de Primera División, abanderando una orgullosa reivindicación de la calidad del producto futbolístico local que no precisaba etiquetas ni respondía a ninguna estrategia. Era, simplemente, la consecuencia lógica del estado de penuria que por entonces atenazaba al cordobesismo y a su representante en la tierra, el Córdoba CF, que languidecía en la horrorosa Segunda B sin que hubiera forma humana de salir de aquella ciénaga. En la década de los 90, Toni Muñoz (Córdoba, 1968) fue el miembro más insigne de ese grupo de exiliados (con Paco Jémez, Berges, Toril, Pineda…) que desfilaron de modo efímero por el títular de El Arcángel (o ni siquiera lo pisaron) para proyectarse rápidamente hacia foros de mayor fuste. Y es de suponer, a la vista de su extraordinario palmarés, que encontró las respuestas a sus ensoñaciones infantiles. Sus anhelos y también sus pesadillas. Llegó a ser internacional absoluto con España. Conquistó títulos y bajó a Segunda. Hoy vuelve a Córdoba como director deportivo del Getafe, un modesto que se ha empotrado en la aristocracia del fútbol despojándose de complejos y viviendo con la certeza de que cometer un error (en un partido, en un fichaje) puede resultarle fatal. El cuadro madrileño salvó el pescuezo en el último curso en Primera gracias a un gol, uno cualquiera en un campo cualquiera, el mismo que le faltó a un Betis que dentro de dos semanas recibirá al Córdoba en Heliópolis. En ese baile sobre la cuerda floja están el Getafe y Toni Muñoz, un símbolo cordobés que no alardea.
"Uno no deja de ser jugador porque termine su carrera. Morimos siendo jugadores de fútbol", aseguró tras cambiar la camiseta rojiblanca por la chaqueta cuando el recordado Jesús Gil se hartó de los devaneos de su ex niño mimado, Paolo Futre, y señaló al cordobés como responsable de una tarea tan extraordinariamente compleja como gestionar los fichajes del Atlético de Madrid.
En el imaginario colchonero, Toni es una leyenda. Héroe del doblete en la temporada 95-96, su nombre aparece en la letra del himno del centenario atlético, compuesto por Joaquín Sabina, junto a los de Luis Aragonés, Gárate, Griffa, Ayala, Pantic o Simeone. Del campo del filial, el Madrileño, a los versos del poeta cantante de Úbeda. Una generación de seguidores cordobeses sólo le conoce por los partidos en televisión. Sólo los más veteranos recuerdan a aquel medio bregador e inteligente, de esos que tienen todo el partido metido en la cabeza en cada momento, que despuntó en los juveniles del Córdoba -vino del Zoco, el club de su barrio, El Naranjo- y despachó un notable curso 88-89 en Segunda B, con Vicente Campillo y Juan Verdugo como técnicos.
Toni debutó con el Córdoba grande -antes fue cedido un año al Egabrense, donde le entrenó Pepe Escalante- viviendo una satisfacción personal, pero experimentando una frustración colectiva. El equipo quedó decimotercero. En él compartió vestuario con gente como Luna Toledano, Ortega, Pepe Hueso o Jorge Ramírez, actual entrenador de porteros del Córdoba. En aquel plantel figuraban cuatro hombres que, con el tiempo, terminarían siendo entrenadores del primer equipo: Pepe Murcia, Miguel Ángel Portugal, Paco Jémez y Juan Luna Eslava.
A él no le ha tentado el mundo de los banquillos. El tópico de la maleta con ruedas, todo un clásico entre los trabajadores del fútbol, se estrella contra una realidad curiosa en el caso de Toni. El del barrio del Naranjo sólo ha tenido dos clubes en su trayectoria profesional como futbolista: el Córdoba y el Atlético de Madrid.
Como director deportivo, la entidad del Manzanares fue su primera casa antes de recalar en el Getafe, donde cumple su segundo año. Su marcha del Calderón reflejó en toda su dimensión la personalidad de un tipo honesto, tanto en el campo como en el despacho, que huye del humo mediático y se aferra a valores esenciales. "Si el Atlético no se clasifica para competiciones europeas, me marcho", dijo. El 19 de mayo de 2006, el cordobés compareció ante los medios para anunciar su adiós. El Atlético, obviamente, no había entrado en Europa. Permaneció en el Calderón doce temporadas como jugador, dos como director del fútbol base y tres en la dirección deportiva. Diecisiete años. Casi media vida en el Atlético. Tres Copas del Rey, una Liga, diez internacionalidades, un descenso al infierno de Segunda y una salida de la alcantarilla. Mucho vivido. "Siempre seré del Atleti", aseguró con emoción antes de cerrar la puerta. Había dejado un último regalo. A Toni le llamaron loco cuando fichó a un menudo jugador argentino de 17 años para edificar sobre él -la marcha del Niño Torres era ya un hecho- el futuro del Atlético. Le llamaban Kun Agüero.
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