Córdoba-villarreal · la crónica

¿Seguimos con la fiesta? (0-2)

  • El Arcángel abronca al palco y los jugadores, y los despide con una pañolada tras una nueva derrota en casa ante un rival muy superior. El CCF se mantiene colista y sin sumar un triunfo.

Cuando en junio el CCF selló su retorno a Primera División después de 42 años lejos de la élite, todo fueron parabienes, algarabía y golpes en el pecho. Todos en la casa blanquiverde, desde el siempre protagonista mandamás hasta algún desmemoriado jugador, se encargaron de recordar que nadie había apostado por ellos en la carrera hacia el ascenso. Eran días de vino y rosas en los que todo era bueno, en los que gustaba salir a pasear porque todo el mundo quería fotos con los héroes de la gesta del Gran Canaria. Unos fastos por supuesto merecidos, pero de los que no se puede vivir eternamente. Porque el fútbol, ya sea en la máxima categoría o en la más mundana, es una cuestión de resultados y honor, de espíritu y alma, de juego y compromiso. Algo que este equipo va echando por el desagüe semana tras semana, desangrándose, invitando a que muchos empiecen a ver que el hola pueda convertirse en un adiós. Hoy, más de cinco meses después de aquellos días de gloria, ya es hora de poner pies en pared. El Córdoba es el colista, el único conjunto que todavía no sabe lo que es ganar después de 13 partidos, el último ante un Villarreal que reservando gente importante siempre, o al menos desde el 0-1, dio la sensación de poder machacar a un enemigo al que contentó con darle la pelota, aunque ésta apenas si apareciera por las inmediaciones de Sergio Asenjo. Esa sensación de impotencia, tan triste al ver que lo que tanto costó se escapa casi sin saborearlo, fue el botón que activó a una grada que ya está harta de sufrir cada vez que va a ver a los suyos, que sigue esperando una alegría que no llega. "Directiva dimisión" o "Carlos González, pesetero" fueron los gritos que profirió una afición que terminó agitando sus bufandas de forma muy diferente a cuando en el arranque sonaba el himno, que también lo hacía a esas horas pero con efecto disuasorio. Unos seguidores que ya han dicho basta y que quieren soluciones en lugar de buenas palabras. ¿O seguimos con la fiesta hasta que en unos meses ya esté firmada el acta de defunción? 

Porque este Córdoba tiene muy mala pinta. Quemada hace mes y medio la bala del cambio de técnico, la pelota pasó directamente a una plantilla a la que se le ven grietas desde el inicio, que a tenor de lo visto hasta la fecha directamente no da el nivel para competir en Primera, por mucho que digan los profesionales, temerosos de perder en enero el caramelo que ahora saborean. Un equipo que siempre encuentra una excusa para justificar la derrota. Si no es que el rival es de otra liga es que la mala fortuna se ha cruzado en el camino; si no es que falta definición que acompañe al buen juego es que el rival ha golpeado en momentos determinantes. Si no es... Quizás lo que sea es que los contrarios son tremendamente superiores en unos casos y que saben leer mejor los partidos en otros. Quizás es que este Córdoba, por mucho que digan las estadísticas, no asusta a nadie, ya sea por falta de confianza o por juego, por ausencia de alma o de garra. Porque otros rivales de esos con los que está destinado a pelear por la permanencia, si no se empeña en seguir demostrando lo contrario, sí son capaces de arrancar puntos en campos aparentemente prohibidos, sí son capaces de batir ante su público a equipos champions... Eso es lo que empieza a hacer falta por El Arcángel, un poquito de tantas cosas que al final se resumen en una: compromiso. 

Y eso que, aferrados al primer buen cuarto de encuentro en Elche, el equipo salió con ese mismo guión. Tocaba con pausa en campo propio y parecía sentirse dominador con ese nuevo estilo que ha impuesto Djukic. Pero eso quizás valga ante rivales tan agobiados como el ilicitano, no contra otros que saben más y mejor lo que quieren. Porque lo que verdaderamente marca diferencias es la velocidad de acción y ejecución, sobre todo cerca del portal enemigo. Y en ese aspecto, el CCF es como si estuviera al volante de un coche de juguete. Es todo tan previsible que incluso Asenjo pudo haberse ido a la grada a tomar un paquete de pipas tranquilamente porque nadie lo hubiera molestado, aun en esa fase en la que los locales dominaban la situación. Entre otras cosas porque los intentos, varias internadas por banda y un disparo de Fede Cartabia, se fueron como vinieron, sin hacer ruido. 

Esa marcha más que se le echaba en falta al equipo es de la que puede presumir este Villarreal pese a estar cansado por la exigencia reciente de la Liga Europa y los cambios introducidos por Marcelino. Tras probar fortuna Cheryshev con un disparo desde la frontal que atajó Juan Carlos, la siguiente aproximación fue letal. Un golazo en cuatro pases tras un robo en un ataque cordobesista con el que el partido cambió por completo. Ya la grada apoyaba con más reticencia al verse otra vez golpeada por una historia cien veces repetida y el Córdoba empezó a perder el control de la situación, sobre todo por culpa de unos nervios defensivos que ponían en guardia al más pintado. Sin llegar a atacar con todo, la sensación era que el segundo estaba más cerca que el empate, y eso que los de Djukic tiraron de casta antes de irse a los vestuarios y gozaron de un par de aproximaciones más o menos claras a las que, como casi siempre, les faltó la guinda del remate. Algo que falló también Vietto en la última del intermedio, tras una concatenación de errores que casi aprovecha el argentino. 

Un jugador que, seguramente sin querer, fue el encargado de volver a animar a la grada con que era posible meterse de nuevo en el partido. Fue curiosamente tras un doble mano a mano salvado por Juan Carlos que dejó al atacante tumbado en el suelo. Pero el balón le cayó a Rukavina y se levantó para hacer un gol cantado que falló, sin llegar a rematar, en el punto penalti. La bronca fue de aúpa. La afición se calentó y con ese aliento, el equipo tuvo una fase de mayor aplomo, con una buena triangulación entre Fede y Borja desbaratada con el pecho por Asenjo como ocasión más clara. Faltaba media hora. Pero el empuje se diluyó pronto, justo cuando el 0-2 subió al marcador tras un córner defendido peor que en un partido de alevines. Ahí murió el partido. La afición empezó a desfilar, el estadio se fue despoblando y los que se quedaron, esos fieles de carné imperecedero, esos que de verdad sufren por que sus colores luzcan marchitos por la Primera División, empezaron a pedir explicaciones. Mensajes a los jugadores y, sobre todo, al palco. Ahí es donde está la llave, porque con el dinero de más que conlleva estar en la élite, tendrán que llegar en enero refuerzos que traten de variar esta situación. Y mientras, sólo queda pedirle al disc-jockey que quite la música porque la fiesta, el que quiera, que se la monte en su casa, pero no en El Arcángel ni ningún otro campo.

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