Sangre para la triple corona

Joaquín Cavanna (Dpa) Río

11 de agosto 2016 - 05:02

La sangre que cayó de su nariz durante kilómetros, el sudor de haberse convertido por tercera vez en campeona olímpica casi a sus 43 años y las lágrimas de poder celebrarlo con su hijo de 4 en los Juegos de Río 2016 hicieron ayer de la victoria de la ciclista estadounidense Kristin Armstrong una historia épica.

La atleta, que hoy cumplirá sus 43 años, fue la gran protagonista de la prueba contrarreloj de ciclismo en ruta en la playa de Pontal, al oeste de Río de Janeiro. Allí estableció un tiempo de 44:26,42 minutos y logró defender la medalla de oro también ganada en los Juegos de Pekín 2008 y Londres 2012.

"No tengo palabras para describir cómo me siento. Cuando ya llegaste a la cima de tu carrera dos veces antes, te preguntas, ¿por qué arriesgar otra vez a ganar una medalla de oro? La mejor respuesta que puedo dar es que yo podía hacerlo posible", dijo la multicampeona ante la prensa, poco después de la victoria.

La gloria conseguida no pudo tener más condimentos que remitan a una epopeya: a Armstrong le sangró la nariz durante los casi 30 kilómetros del trayecto y la lluvia caída en Río de Janeiro no hizo más que alimentar aún más la imagen del sacrificio.

Precisamente, sacrificio es el término que marcó la carrera de la deportista a lo largo de sus casi 20 años en el ciclismo.

Desde aquella participación en el Ironman de Hawai 1999 o la decisión de abandonar el running en 2000, cuando le diagnosticaron artritis ósea, hasta la rotura de una vértebra durante el Exegy Tour 2011, la norteamericana gestó una trayectoria comandada por las superaciones personales. De hecho, la carrera de ayer no fue la excepción: después de pasar con el mejor tiempo en el primer intervalo a los 9,95 kilómetros (17:09,93), cayó a la segunda posición en el segundo parcial, a los 19,7 km (32:43,90), detrás de la rusa Olga Zabelinskaya.

Así, en los últimos diez kilómetros y ya cuando la lluvia le pegaba en la cara y ella sólo podía respirar por la boca, debido a un sangrado en sus dos fosas nasales, Armstrong volvió a responder y defendió una vez más su corona olímpica.

Finalmente, Armstrong se impuso apenas por cinco segundos sobre la rusa. Apenas consagrada y con claros signos de agotamiento, Armstrong se lanzó al suelo, se largó a llorar, limpió la sangre de su nariz con una toalla y cruzó las barreras que separaban la pista del público para poder abrazarse así con su hijo Lucas, su hijo nacido en 2010.

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