Con Sangre Blanquiverde
GimNÀSTIC | córdoba · el otro partido
En la romana Tarragona destacó el colorido reportado por la peña catalana del Córdoba, creada hace sólo un año
"¿Oye, perdona, eres de Córdoba?". Así debió empezar el sueño que se completó justo ahora hace un año. Un puñado de catalanes se fueron juntando poco a poco para compartir un extraño sentimiento en común. Así, entre julio y noviembre del año pasado se forjó lo que ahora se denomina Sangre Blanquiverde y que ayer -como no podía ser de otra manera- dio la nota en el Nou Estadi de Tarragona. No era complicado saber que tenían todos la sangre blanquiverde. Justo la víspera del día de los santos -en el que ahora todo el mundo se tiñe del encarnado tono del miedo- su sentir se notaba en el tronar de su bombo, en el tono de sus bufandas -mitad blancas y verdes, mitad con el rojo y amarillo de la senyera-, pero sobre todo se les notaba en la forma de dirigirse a sus semejantes.
"¿Oye, perdona, eres de Córdoba?". También fue escuchado ayer, con un claro ánimo integrador. Porque los componentes de esa penya única parecen como yonkis del salmorejo y el sais; locos de la Feria y de los rebujitos; enfermos de -claro- una pasión desbordada por todo lo que rezume al club de su tierra. Aunque algunos hayan perdido el acento, es sabido que el buey no es de donde nace sino de donde pace y todos los que ayer salvaron la distancia que les separa con el ayer gracias a un microbús tienen muy claro que ellos viven en Córdoba. Por mucho que, circunstancialmente, tengan sus cuerpos en esa (bonita) tierra de holandeses de España -así la denominó José Cadalso- que es Cataluña.
Una comunidad -país, nación, lo que sea- que tiene en Tarragona a una de sus hijas más bellas. Una capital romana con un anfiteatro al que besa el Mediterráneo y un estadio -antiguo, pero hecho con racionalidad y gusto para el fútbol- al que guarda un legionario. Así es la mascota del Nàstic, un pluriempleado que lo mismo pasea de la mano de su hijo, que luce su careta con salero flavio o toca el bombo con ahínco de boga de trirreme.
Justo eso le falta a su equipo. Ahínco. Es una de las instituciones más ancianas de España y que atraviesa un momento complicado. Tal vez fuera cosa de ayer, pero habida cuenta de la situación -y del resultado- choca comprobar que desde la grada lo más fuerte que gritaran para protestar fuera "vete a coger tomates". Son antepenúltimos, pero su entrenador Luis César -cocinero antes que fraile- ya sabe que nadie sube ni baja en noviembre.
Acaba el partido y los de que tienen la sangre no roja sino verde (y no por falta de hierro) se despiden de sus gladiadores. Les agasajan, se fotografían con ellos. Probablemente algunos ni siquiera han podido en su vida viajar -por su edad, por falta de medios o por lo que sea- hasta Córdoba. Miran con cierta envidia el autobús que conducirá a sus ídolos hasta la tierra prometida. Qué cierto es que la identidad -cualquiera- no tiene nada que ver con las circunstancias, sino con la voluntad.
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