Athletic - Córdoba · el otro partido

Liturgia en torno al fútbol

  • Ni el frío ni la lluvia cambian el guión del fútbol en Bilbao, donde reinó la camaradería entre aficiones. 500 cordobesistas disfrutaron en las gradas e hicieron salir al equipo del vestuario.

La última vez que el Córdoba visitó San Mamés, Bilbao era una ciudad sostenida por su industria, especialmente metalúrgica con aquellos grandes hornos, que vivía a la sombra de la vecina San Sebastián, mucho más cosmopolita y atractiva para el turismo. Era diciembre de 1971 en una España aún bajo el régimen franquista en la que nadie podía imaginar un panorama político como el que se presenta de cara a las próximas elecciones, en la que hablar de crisis era habitual porque pocos había con grandes fortunas y en la que el fútbol era un ritual más allá de lo meramente deportivo. Hoy, 43 años después, la capital vizcaína es mucho más. Se ha convertido en un lugar de lo más apetecible, con una importante materia cultural que vive en torno a una ya cuidada ría donde sobresale el Museo Guggenheim, pasando a ser un destino cada vez más demandado. Y todo sin perder una de sus grandes señas de identidad: su Athletic Club.

 

Sin embargo, no fue sólo ese crecimiento, esa importante transformación (que también) el que llevó ayer a cientos de cordobeses hasta la otra punta de España. Conocer el impresionante nuevo temblo del fútbol español, ese San Mamés elegido ya para representar a España en el nuevo formato de Eurocopa que Platini se ha inventado para 2020, podía mucho más, incluso, que los malos ratos acumulados semana tras semana desde agosto por la trayectoria del equipo. Era conocido que habría que desafiar al frío y la lluvia, ese chirimiri tan típico del norte que cuando te quieres dar cuenta ya te ha calado hasta los huesos; pero nada de eso importaba. La Catedral es lugar de culto para todo el que se defina futbolero, y hasta allí cada cual se presentó como buenamente pudo: en coche, en autocar o en avión. Unos haciendo frente a la niebla y las amenazas de nieve habituales en esas carreteras que miran al norte; otros a esas turbulencias que suelen ser compañeras de viaje cuando algún temporal hace acto de presencia por el país.

 

Al final fueron algo más del medio millar los que se dejaron la garganta en San Mamés, pues otros que también viajaron prefirieron quedarse fuera ante el elevado precio de las entradas (vamos, más o menos lo que viene valiendo en El Arcángel...). A pesar de que el equipo les había dado entre muy poco y nada hasta la fecha, ellos volvieron a dejarse notar con cánticos que incluso antes de que arrancara el encuentro ya se oían desde fuera del estadio. Luego, trataron de sonar, pero lo lograron a cuentagotas porque cuando la afición local apretaba, ayudada por la megafonía, tapaba todo. Algo que sí consiguieron ya tras el pitido final. Porque mientras los fieles rojiblancos iban desfilando de sus asientos, cabizbajos, tras una derrota en la que pocos creían, la esquina blanquiverde seguía latiendo, voz en grito. Tanto que hasta los futbolistas, que ya los habían saludado al término del partido, desafiaron de nuevo a la lluvia y reaparecieron tras entrar en los vestuarios para reconocer su esfuerzo.

 

Para todos valió la pena, que cantaba el bueno de Marc Anthony, más allá del resultado. Esos txikitos por Pozas, los pintxos de las Siete Calles, unos zuritos por García Rivero, una Copa en el Churchill y un ambientazo de puro fútbol, de rivalidad bien entendida en los aledaños del estadio, convirtieron la jornada en inolvidable, en uno de esos días por los que ya merece la pena todo el sufrimiento acumulado durante tantos años. Porque en Bilbao al fútbol se va a disfrutar, desde la previa al final del partido, con el cántico de los himnos (por cierto, impresionante ese Athleeeeeeeeeetic estruendoso). Es una liturgia cuando juega el Athletic echar el día con los amigos de la peña saboreando un buen vino y tomando una buena carne para terminar fumando un puro de categoría. Nada de ir con prisas al estadio, porque esos 90 minutos en los que la pelota rueda sobre el verde son sólo la excusa perfecta para todo lo demás, la guarnición de un chuletón que enriquece el plato, pero no lo sostiene por sí sola. Y eso es así hoy, con jóvenes y mayores, como lo era cuando el CCF pasó por última vez por allí. Por cierto, que entonces la historia fue diferente, pues los locales ganaron con contundencia (5-0) a pesar de contar el bando cordobesista, como recogía en la previa la prensa vizcaína, con jugadores como Vicente del Bosque, Manolo Sanchís padre o Fermín.

 

Seguro que este último, el autor de aquel mítico gol que tumbó al Barcelona en aquel curso 71-72 y que puso punto y seguido al registro anotador blanquiverde en la élite hasta que Fede Cartabia tomó el relevo ante el Celta este septiembre, recordó ayer algún pasaje de aquella tarde. Porque él, al que la vida le dio recientemente un duro golpe, fue uno de los veteranos cordobesistas que acudió a la bodega de la Sociedad de Plateros para el tradicional almuerzo organizado por la Asociación de Veteranos (Futvecor). Una tarde que incluyó, como no podía ser de otra manera, el visionado por televisión del partido ante el Athletic. Es lo que toca cuando se reúnen tantos y tan buenos jugadores, además de buenísima gente, que han defendido la zamarra blanquiverde. Desde allí brindaron porque el futuro sea mejor a partir de este triunfo para el que es su club e hicieron un guiño al cielo para obtener el beneplácito de los que ya no están, especialmente de los que se fueron este año como el chache Litri, que disfrutaba como un niño pequeño con todo lo que englobaba este sarao de sus veteranos y con cada victoria como la de San Mamés. Grandísima.

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