Iniesta, el paradigma de la impotencia
El héroe de Johannesburgo escenificó ante Chile la abrupta caída del campeón con un partido en el que no tuvo fuerza ni acompañamiento para doblegar el triste destino español

El 11 de julio de 2010, Andrés Iniesta hizo gritar de alegría al unísono a los millones de españoles a los que la selección había unido en una ola de euforia sin precedentes. Cuatro años después, nada es igual en España. Aquel gol en la prórroga ante Holanda fue el cénit de un ciclo glorioso que aún tendría su refrendo con la goleada sobre Italia en la final de la Eurocopa, dos años después. Hoy, mientras Felipe VI se entroniza como rey de una monarquía en entredicho, el fútbol mundial todavía está aturdido por el destronamiento de su rey. Y el paradigma de ese abrupto adiós a la gloria, de esa caída al abismo de la mediocridad, fue el héroe de aquella noche.
Tempus fugit. Y en el fútbol actual, mucho más. El tiempo no corre, vuela para este deporte tan sistematizado en todos sus aspectos. El genio de Fuentealbilla se quedó sin su maestro de ceremonias para recitar la despedida más triste. Con Xavi viendo la caída de la selección desde el banquillo, la fe, la esperanza, la ilusión estaba depositada en Iniesta. Pero el menudo futbolista albaceteño, 30 años ya, no pudo doblegar el triste destino que, ya es seguro, estaba escrito con letras de hiel desde mucho antes de que echara a rodar el malhadado Mundial de Brasil. El aviso de tal desastre llegó el año pasado, el 30 de junio de 2013, en el mismo escenario en el que ayer Chile les sacó las vergüenzas a los que vestían de rojo. El cambio de ciclo era obligado, ¿quién no lo vio?
La Roja por antonomasia en el balompié mundial siempre fue Chile y Chile tuvo que ser la que bajara de su pedestal olímpico a la única selección que había logrado la triple corona en la historia de este deporte: Eurocopa, Mundial, Eurocopa. El celo por la identidad ayudó al equipo de Jorge Sampaoli a merendarse con su rabia de mineros andinos a los usurpadores de su color. España suprimió su calzón azul y perdió su color futbolístico. Iniesta apareció en medio del entramado chileno más demudado que nunca. Los blancos se lo comieron. Fue la segunda venganza escenificada en este Mundial, tras la de Holanda.
España jugó siempre de espaldas a sí misma. El fútbol patrio ha abusado de su propia esencia en un gigantismo que ha extenuado a sus protagonistas. La final de la Liga y la final de la Champions fueron la antesala del final de un ciclo. Y de espaldas, Iniesta no tuvo la visión ni la conexión para desbrozar caminos. Siempre le faltó ese segundo para el control y el pase, para pegar el balón a la bota mientras busca al compañero libre de marca. Ni una triangulación, ni un desborde, ni un balón al hueco. Delante de España, las mismísimas paredes de los Andes, con Vidal y Alexis ejerciendo de cóndores hambrientos.
Apenas un buen balón brindó el albaceteño durante los noventa y pico minutos de suplicio. Fue al inicio de la segunda parte. Por una vez, recibió con espacios en la zona de tres cuartos, se revolvió rápidamente y le dio un pase diagonal perfecto a Diego Costa, pero el hispanobrasileño se dejó atrás el balón y su remate terminó en córner. Pudo ser el 1-2.
Antes, Iniesta tuvo la clarividencia necesaria para darse la vuelta en el área y propiciar una magnífica ocasión que podría haber cambiado el destino de esta otra Roja. Fue en el minuto 15, tras una buena internada de Diego Costa. A Xabi Alonso le cayó su pase al corazón del área y estrelló el balón en el pecho de Bravo. Debió ser el 1-0. Poco después, Vargas no perdonó ante Casillas en un error clamoroso de Xabi Alonso. Y comenzó el drama. Iniesta, con su enorme talento, ya no es tampoco el que era, pero de epílogo nos dejó su tirazo en el minuto 84, un estertor agónico. Con el tiempo, la historia recordará al héroe de Johannesburgo, no a la sombra de Maracaná.
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