Escapar mirando adelante

Pierini dialoga con Luna durante un entrenamiento.
Francisco Merino

26 de abril 2009 - 05:02

Se puede uno salvar de muchos modos. De milagro, frecuentemente. Por una gesta de última hora, por un favor ajeno o por una pifia irremediable del adversario directo, también. Por casualidad incluso. El Córdoba es todo un especialista en el ramo. Muestra en su currículum un puñado de másters realizados en algunos de los más reputados escenarios del fútbol español. En el curso presente, su objetivo sigue siendo el mismo: mantener su plaza en Segunda División. Se preveía que con menos apuros que en el ejercicio anterior, pero el caso es que los padecimientos siguen. Nadie se fía de nadie. Cualquier cosa puede ocurrir. Cualquier cosa mala, claro. La experiencia, en este caso, es un elemento represor. El simple recuerdo de hechos pasados hace que las ventajas en la clasificación, por sólidas o esperanzadoras que puedan ser, resulten siempre inquietantes en un sector mayoritario del cordobesismo. (Un inciso: hagan un esfuerzo por pensar cualquier desenlace más enrevesado y dramático que el del penalti injusto en el descuento fallado por el que en ese instante, con la Liga terminada, era el único enemigo posible, el Cádiz; y luego, los añadidos de Kiko Femenía, la impugnación del partido y la furibunda campaña cadista para hacer valer sus intereses ante los comités de competición federativos que pudo haber arrastrado a los blanquiverdes, de rebote, al infierno. Insisto: piensen en algo peor. ¿A qué resulta imposible?).

Cualquier equipo que manejara las rentas que actualmente tienen los blanquiverdes andaría ya poco menos que haciendo planes para el curso siguiente, con las gradas de su estadio apenas pobladas por los socios que acuden cada día de partido por irreprimible sentimiento o por pura inercia, unos cuantos periodistas con la mente en las vacaciones y desgranando las últimas y rutinarias sesiones de una temporada agonizante, los jugadores fijos aguantando el tirón y los que acaban contrato y los canteranos poniéndose en el escaparate. Lo normal. Lo que nunca pasa en Córdoba, por cierto. Hay muchos que añoran ese estado de cosas, cuando las últimas jornadas no exigen un esfuerzo brutal para una plantilla cansada y una afición angustiada, obligadas ambas a superar diferencias y a pelear por su futuro bajo una presión inaguantable. Es bueno vivirlo alguna vez, porque forja el carácter y proporciona episodios inolvidables. Pero una dinámica de zozobra contínua acaba matando a cualquiera. Menos al Córdoba, claro, que por eso es diferente y singular. Cuando en otros lugares del mapa los aficionados dan la espalda a sus equipos fracasados, desertando del campo y castigando con el oprobio o la indiferencia a quienes han defraudado sus expectativas. Aquí no. Aquí se montan desplazamientos masivos de seguidores a donde haga falta, se realizan campañas de apoyo de modo oficial o espontáneo, se calculan los riesgos que depara el calendario y se asumen con ilusionado fatalismo, poniéndose siempre en lo peor para acabar con desmesuradas celebraciones que sepultan el análisis de unos logros menores.

Quedarse en Segunda un año más, y hacerlo de un modo más cómodo que hace doce meses (cualquiera vale para no alterar el ritmo cardiaco tanto como en aquel penalti de Abraham Paz), es un desafío que actualmente colma las ambiciones de un cordobesismo que anda revuelto por los contínuos rumores -pronto serán noticias con fundamento- del cambio de propiedad del club. El Córdoba podría poner fin a un ciclo para abrir una nueva era con un título: la mejor clasificación de su historia en los últimos 37 años. ¿A que suena bien? Simplemente se trata de concluir la Liga en el puesto duodécimo o por encima. Los actuales gestores podrían hablar -y no duden que lo harían llegado el caso- del mejor final posible para una etapa del club si éste cambia de manos o, en cualquier caso, de un interesante punto de inflexión para construir un futuro menos sombrío en el caso de que la mayoría de las acciones sigan en poder del grupo de empresas Prasa (y, como consecuencia, con Campanero en la presidencia). El puesto doce está a cuatro puntos y el descenso a cinco. Lo primero es lo primero, desde luego: salvarse. Pero, como queda dicho, hay modos y modos de hacerlo. Se puede correr más deprisa mirando hacia adelante que con el cuello girado hacia atrás. Cualquiera que haya seguido este campeonato sosón y deficitario de calidad que está siendo la Liga Adelante sabe que los que marchan inmediatamente delante del Córdoba no son mucho mejores -ni peores- que los que andan inmediatamente detrás. Se puede hacer. No sería como darse un paseo, pero tampoco se trata de una meta desmesurada. Tampoco, ojo, es una exigencia ineludible. Puede servir para motivarse, aunque seguramente habrá quien vea en esto una andanada de presión que puede atenazar piernas y obnubilar conciencias. Que cada cual se lo tome como quiera. Pero las estadísticas están ahí. Puesto once. El líder de la segunda mitad de la tabla. ¿Irá a por él?

SALTAR EL LISTÓN

Unos datitos para hacer cuerpo. Desde 1976, ochenta y tres clubes españoles pueden presentar su punto más alto por encima del Córdoba. Entre ellos, con todos los respetos, entidades del calibre del Orihuela, el Palencia, el Toledo, el Sestao, el Jaén o el Marbella. El club blanquiverde descendió de Primera tras la Liga 71-72. Desde entonces, salvo pequeños oasis (léase ascensos y salvaciones milagrosas), su vida ha sido un calvario. Su techo en este larguísimo periodo es un decimosegundo puesto en la Liga 2000-2001, que concluyó con 56 puntos (a 12 del descenso). Era, precisamente, la temporada de su reencuentro con la categoría de plata después de 17 años en la birriosa Segunda B (e incluso en Tercera). Los herederos de los héroes del 30-J en Cartagonova (además de muchos de los protagonistas, con el técnico Pepe Escalante a la cabeza) protagonizaron el que sigue siendo, ya en el siglo veintiuno y un decenio después, su mejor balance en un curso liguero.

Con ocho jornadas en el horizonte y 40 puntos sumados, el Córdoba está en disposición de alcanzar la plaza decimoprimera, que está a cinco de distancia. La misma que lo separa del Alavés, que descendería. Por raro que parezca, sería un logro brillante. Así andan las cosas por Córdoba, un sitio en el que la gente se vuelve literalmente loca a poco que presencia una rachita medio decente o un triunfo convincente. Pelear por ese reto puede ser un acto de decencia histórica, además de una fórmula válida para alcanzar la cosecha mínima exigible: la permanencia. Y si, además, los protagonistas pueden decir que han batido un récord...

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