KÁRATE
  • La incorporación de esta disciplina como deporte olímpico en Tokio 2020 y la serie de ficción 'Cobra Kai' han disparado la popularidad y el número de alumnos en las escuelas

Equipo Atama: el kárate se pone de moda en Córdoba

El 'sensei' Castro dialoga con sus alumnos. El 'sensei' Castro dialoga con sus alumnos.

El 'sensei' Castro dialoga con sus alumnos. / Juan Ayala

Escrito por

· Hugo Gallardo

Corría el año 1984 cuando Karate Kid llegaba a los cines españoles. Bajo la influencia de aquella historia de Daniel Larruso, que se refugió en la más pura esencia del kárate japonés de la mano del señor Miyagi para repartir toda la cera pulida previamente y que logró impactar a una legión de jóvenes, José Manuel Castro -a partir de ahora sensei Castro- creció junto a sus dos hermanos en Bembézar, una aldea próxima a Hornachuelos. Allí aprendió a amar el kárate desde su infancia, y, ahora, con 36 años y fiel a su pasión "vital", se dedica a enseñarlo y transmitir sus valores a más de 350 alumnos.

Junto a los vestuarios de las instalaciones deportivas Open Arena, rodeado por campos de fútbol y pistas de pádel, se esconde el dojo del Equipo Atama, en el interior de un edificio rectangular de plástico prefabricado. El ruido de fuera contrasta con el silencio que se impone dentro. Los alumnos se descalzan y saludan antes de pisar el tatami. "Es una señal de cortesía", explica a el Día el sensei Castro, que así es como sus pupilos se dirigen hacia él. 

"Atama significa inteligencia", resuelve la duda el maestro. Quizás la misma inteligencia que demostraron él y otro de sus hermanos al unificar las dos escuelas -Kiai y Kamae- que habían fundado años atrás por separado, "así todo queda en casa".

A pesar de que hayan pasado 11 años desde que fundara el Club Deportivo Kiai en el centro cívico de El Higuerón, Castro aún recuerda con frescura sus inicios: "Era un mes de agosto, con la calor, cuando nadie se iba a apuntar". Viendo un campeonato desde la grada, "me di cuenta de que esto era mi vida, yo empecé con 6 años y necesitaba dedicarme al kárate para siempre". Así sintió la llamada de vuelta de un deporte que había abandonado durante la universidad.

Con "muchas dosis de trabajo e ilusión" se consiguió sacar adelante una escuela donde las clases eran gratuitas y los alumnos se podían contar con los dedos de las dos manos. No era la mejor idea para empezar un negocio, "pero como era algo que me gustaba yo pensé que la gente lo aceptaría y se apuntaría", explica Castro. Y el tiempo le iría dando la razón. Entre otras cosas, gracias a un programa de colaboración con la delegación cordobesa para dar a conocer este deporte, que aumentó hasta 50 el número de alumnos. 

Los alumnos del Equipo Atama, durante un entrenamiento. Los alumnos del Equipo Atama, durante un entrenamiento.

Los alumnos del Equipo Atama, durante un entrenamiento. / Juan Ayala

Actualmente, las cotas del Equipo Atama se elevan hasta los más 350 alumnos repartidos entre ambos géneros y con hueco para todas las edades. "El kárate es un traje que se hace a medida", dice el sensei Castro emulando el tono reflexivo del señor Miyagi. "Está orientado a todo el mundo, tanto para el niño de cuatro años como para el mayor de 60", aunque eso no quiere decir que todos practiquen el mismo kárate, sino que se adapta a las cualidades físicas de cada uno", puntualiza. 

De los Juegos Olímpicos a 'Cobra Kai'

Los porqués de que el kárate se haya puesto de moda se encuentran en los recientes éxitos olímpicos y en Netflix. La incorporación a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, por primera vez en su historia, y la medalla de oro de Sandra Sánchez y de plata de Damián Quintero, ambos en la modalidad de katas, ha repercutido, "sobre todo en visibilidad, al aparecer en los medios de comunicación", asegura Castro recordando la presencia de Sandra en El Hormiguero.

A Netflix se le atribuye la otra parte del mérito, aunque la verdadera fábrica de karatecas es Sony -productora de Karate Kid y de Cobra Kai, la serie que continúa la historia-. "Llegan muchos niños preguntando por el karate porque han visto la serie, y les gusta, aunque luego lo que hacemos aquí no tiene nada que ver". 

Con los karateguis blancos, gusta imaginar que Castro es una especie de Larruso obligado a continuar con el legado del Miyagi Do Karate, la escuela del señor Miyagi. Es inevitable hacer comparaciones si se ha visto la serie, pero "de real tiene poco", afirma el sensei Castro. "Ni siquiera los karateguis se parecen a los nuestros y tampoco la forma de competir y la técnica, no tienen nada que ver". Castro desmonta la serie a base de realidades, aunque reconoce que la tuvo que ver y le enganchó.

En la ficción se libra una batalla de ideas, a través de los estilos. Como un Mourinho-Guardiola, Cobra Kai y Miyagi Do Karate enfrentan el karate más ofensivo y el defensivo. ¿Ocurre esto en la realidad? El sensei, que recuerda que el kárate significa "mano vacía", responde: "Yo espero que todos los maestros llevan su estilo a buen puerto. En la serie es verdad que es llamativo, pero bueno para que tenga audiencia es necesario que haya esas dos vertientes".

El 'sensei' Castro da órdenes a sus alumnas durante un entrenamiento. El 'sensei' Castro da órdenes a sus alumnas durante un entrenamiento.

El 'sensei' Castro da órdenes a sus alumnas durante un entrenamiento. / Juan Ayala

De regreso a la no ficción, el sensei Castro se esfuerza en transmitir valores como "el respeto y la educación" que son "fundamentales" en este deporte donde encuentran cobijo muchos chavales con "problemas para relacionarse" o que incluso han sufrido acoso escolar. Pero no todo es drama, el kárate "ayuda mucho a mejorar la concentración" en mentes dispersas y "recuperar la flexibilidad".

Termina la conversación e inicia el entrenamiento. El sensei Castro va lanzando comandos en japonés y los alumnos, puestos en formación sobre el tatami de corcho, responden con puñetazos y patadas al aire frente al espejo. Aquí está la evolución del kárate en la historia de un chico que empezó luchando con sus hermanos en un tatami hecho de cajas de cartón. "Ahí si que dolían las caídas".

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