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Córdoba| castellón · la crónica
Ni está bajo los efectos de una maldición ni existe una conjura arbitral que ansía su destrucción. El Córdoba recuperó ayer un trozo de normalidad. Ganó en el tiempo añadido y de penalti. Salió de la zona de descenso. Desató una fiesta imponente en su estadio, donde está llamado a resolver el gran embrollo en que se ha convertido -para no perder la tradición- el curso 2008-09. Se sintió liberado y paladeó sin recato unos instantes que supieron a gloria. El 2-1 da consistencia al equipo y homologa sus planes de salvación sin necesidad de recurrir a milagros ni otros sucesos paranormales. El Córdoba salió ayer al campo con un método y un propósito. Lo logró y eso es lo que importa. No hizo un partido brillante, pero nadie se lo va a exigir.
Unos segundos antes de que Dealbert empujara dentro del área a Natalio, en El Arcángel todo el mundo se miraba el reloj con cara de espanto. Se estaba agarrando un empate ante un candidato al ascenso, un resultado cuyo aprecio crecía en proporción directa a la angustia que provocaban las últimas andanadas de los visitantes ante un Córdoba extenuado, literalmente fundido. Parecía cercana otra victoria moral, otro puntito al zurrón, otro concurso de méritos que caminaba irremediablemente hacia un desenlace agrio, al que habría que buscar el sabor aderezándolo con los consabidos aliños: sumar siempre es bueno, el adversario era de otra liga, tenemos tiempo y oportunidades... No hizo falta acudir a esa retahíla ni en la sala de prensa ni en las largas autopsias que se realizan a cada partido del Córdoba. Menos mal.
Decir que los de Luna vencieron porque tuvieron suerte es una verdad parcial. Se complicaron la tarde tras una inusual pifia de Raúl Navas, que dejó muerta la pelota al rival tras un mal entendimiento con Gaspar Gálvez para que Mario Rosas hiciera el 0-1. Después de la remontada y en medio de la algarabía general, el meta del Córdoba realizó la gran parada del duelo al rechazar un trallazo de Mantecón en el último suspiro. Hevia Obras, el árbitro que llegaba bajo sospecha -había dejado con nueve al Córdoba las dos últimas veces que se habían cruzado-, pitó el final y abrió la espita de la euforia. El Córdoba no tiene un gafe y le sobra corazón. Dos buenas noticias.
Luna agitó el once para buscar nuevas soluciones en ataque. Pretendía aprovechar el previsible entusiasmo de los titulares contra pronóstico -el esperado Arteaga y el novísimo Oberman- y reiterar, al tiempo, su mensaje al grupo: no hay plazas en propiedad para nadie, se llame como se llame. Que se lo pregunten a Yordi o Javi Flores, cuyo cartel de intocables se ha roto en pedazos ante unas circunstancias que exigen, a juicio del técnico de Fernán Núñez, una vuelta de tuerca. El de Fátima se quedó en el banquillo y el ariete de San Fernando acabó ingresando en el césped. Su irrupción sería determinante.
Asen fue el nueve, Natalio se movió como segundo punta y, en los flancos, los citados Oberman y Arteaga trataron de romper al rival con velocidad. Ésa era la idea. El experimento tuvo un resultado discreto, pues las bandas anduvieron intermitentes -por falta de abastecimiento, principalmente- y se abusó del balón largo hacia Natalio, que parece haberse convertido en la referencia ineludible del Córdoba actual. El valenciano lo pone todo, pero resulta que los contrarios ya lo saben y, habitualmente, le cosen a patadas. Ayer no fue la excepción. Lo que no pudo lograr rematando a puerta lo consiguió sufriendo golpes: de varias faltas en los aledaños del área surgieron las mejores oportunidades blanquiverdes.
Antes de cumplirse el minuto de juego, Dealbert realizó un grosero abrazo a Natalio y Cristian Álvarez ejecutó la falta con maestría, obligando al meta castellonense a enviar a córner. A los 13 minutos, otro lanzamiento a balón parado del argentino, esta vez desde el lateral izquierdo del área, estuvo a punto de ser cazado por Gaspar Gálvez. Los puños de Carlos Sánchez llegaron antes que la testa del central cordobés.
El Córdoba la tenía más, pero no se movía con soltura. Su incomodidad, además de ser provocada por la trascendencia de la situación, provenía de la presión de los hombres de Paco Herrera. Les faltaba Arana, un puntal, pero el Castellón es uno de esos equipos metidos en la clásica dinámica positiva en la que los contratiempos no provocan llantos, sino nuevos estímulos. Las victorias proporcionan algo más que puntos. Hacen mejores a todos. Más competentes, seguros y valientes. El Castellón no se movía con la prestancia de un líder, pero en cada gesto destilaba oficio y sensatez. Sobando la pelota con insistencia, con poca profundidad, se dedicó a aguardar su momento. Dejó el protagonismo al Córdoba y aceptó, aparentemente de forma premeditada, que su destino lo escribiera su adversario: si fallaba, ahí estaría para aprovecharlo. Estuvo a punto de salirle perfecto.
A la media hora, Oberman se coló por su banda y envió un centro al área que se malogró por ausencia de rematador. Asen no llegó. Un minuto después, la oportunidad se perdió por exceso de candidatos a golpear la pelota. Una volea de Natalio terminó con la pelota a tres metros de la portería y con el meta caído. Gaspar no se decidió a meter el pie y lo hizo, de modo deficiente, Asen. Fue una de esas jugadas que suelen nutrir los reportajes sobre las mayores pifias del campeonato.
El Córdoba aparecía con más frecuencia por el área contraria, pero al Castellón le bastó una visita para esquilmar al anfitrión. Navas, que había intervenido por primera vez en un balonazo de Ulloa, no anduvo afortunado en una acción que cerró de modo funesto una pájara colectiva en la retaguardia. Un balón que nadie acertó a despejar terminó con un flojo toque de puños de Raúl Navas, que lo dejó a los pies de Mario Rosas. 0-1. Un escalofrío sacudió El Arcángel.
Un Castellón con aplomo se disponía a combatir al Córdoba, cada vez más revolucionado, en una segunda parte que los de Luna afrontaron con una intensidad creciente. No escatimaron esfuerzos, pero el derroche de sudor no les garantizaba la fórmula para crear ocasiones en la meta de Carlos Sánchez. Yordi y José Vega suplieron a Asen y Arteaga, en un doble cambio que una parte del graderío acogió con pitos. Arteaga, después de una cadena de tentativas, había desbordado un par de veces antes de ser sustituido. De cualquier modo, el extremo sevillano anda a años luz de su mejor versión.
Todo comenzó a tomar un nuevo rumbo en el minuto 65. Cristian Álvarez colocó una falta en el corazón del área y Yordi, en una acrobática posición, conectó un remate de cabeza que acabó con el balón en el poste. El rechace lo recogió Pierini para colocar el equilibrio en el marcador. Volvía la vida a El Arcángel.
Con los cambios -Katxorro había salido por Ito-, el Córdoba se empeñó en asediar a un Castellón bien pertrechado. Oberman, que terminó extenuado, conectó un buen centro que no encontró un pie amigo para meterla dentro. Con los locales volcados, los hombres de Paco Herrera desperdiciaron una inmejorable ocasión en el minuto 80 en las botas de Omar, que se quedó solo delante de Navas y envió el balón al larguero.
El Córdoba reculó. Puro instinto de conservación. El partido se trasladó al área de Navas. El personal temblaba. Hasta que llegó el momento de la tarde. Contragolpe, penalti y expulsión. Gol en el descuento y el rival que termina con nueve y desquiciado. ¿Les suena? Esta vez fue al revés.
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